PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (51)
CAPÍTULO VI
La ilusión
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Faltaba más de una hora para el comienzo de la reunión y ya Margarita,
se encontraba impaciente esperando a su querido Nacho. Preguntó unas cuantas
veces a mi madre si el vestido verde veronés que estrenaba no marcaba sus
formas, pese a ceñirlo con un cinturón ancho de amplia hebilla, y no dejaba de
comprobarlo mirándose una y otra vez ante el espejo del gabinete materno, adoptando
todas las posturas imaginables. A mí me consultó si lo que resultaba más
apropiado para el peinado recogido que llevaba, era una cinta o un prendedor.
“¡Anda, maja!”, le contesté, que era una manera de indicarle que se estaba
poniendo muy pesadita, y la pobre se quedó con la duda mientras se limaba por
enésima vez las uñas. El no hacerle caso era fruto de mi nerviosismo. Bastante
tenía yo con componer mi vestuario para que mi figura recordara, siquiera en
este apartado, a la de Humphrey Bogart, puesto que me iba a emparejar con
Audrey Hepburn. Por fin me decidí por un jersey gris de cuello en pico
complementado con unos pantalones “príncipe de Gales” que conservaban todavía
la prestancia de la primera puesta. Rebusqué en el armario una camisa a juego,
hasta decidirme por una a cuadros que, con el complemento de las ballenas en el
cuello, quedaba muy aparente. No abroché intencionadamente el primer botón,
pensando que este detalle me daría un aspecto de descuidada elegancia que no
pasaría desapercibido para Cécile. Con una crema facial traté de disimular los
pequeños cortes con los que la hoja Palmera me había señalado la cara esa misma
mañana y que no eran sino consecuencia de mi inexperiencia en el tema del
afeitado. Me apliqué a continuación un buen masaje con el Floyd, por sus
efectos cicatrizantes, pareciéndome después que una fragancia varonil más
intensa, aumentaría mi atractivo, por lo que no dudé en perfumarme con el
“Varón Dandy”, paterno, aunque el aroma delatara su procedencia.
Pronto llegaron los invitados y, entre ellos, Nacho, que al ver a mi
hermana volvió a exclamar: ¡Wooooaaahhh! que al parecer era lo único que salía
de su boca cuando la belleza de Margarita le agarrotaba sus cuerdas vocales. A
mí me sucedió con Cécile casi lo mismo. Quedé tan impresionado con su elegante
forma de vestir que no pronuncié palabra cuando le di los besos de bienvenida.
Llevaba un vestido rojo y una elegantísima torerita negra que realzaban ¡y de
qué manera! sus formas adolescentes y su evocador cuello de cisne, resaltando
de paso aquellos ojos de intenso azul que iluminaban mis días cuando los
contemplaba y mis noches cuando los soñaba. A la que no se le cortó el habla
fue a Goyita. Ponderó la decoración, alabó la pista de baile, pero no pudo
disimular su alegría cuando descubrió las “medias noches”. Por su parte,
Daniel, tuvo el detalle de traer de casa un surtido de discos de música
variada: valses, tangos, boleros y rancheras.
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