PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN
POETA" (54)
CAPÍTULO VII
La sanación
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Cuando la tata, anunció mi llegada, Daniel salió sorprendido a
recibirme.
―¿Cómo tú por aquí? ―me dijo, serio pero sin rencor―. Creí haberte dicho
que lo mejor era que no nos viéramos en una temporada, hasta que se acallaran
los rumores.
―No es exactamente a ti a quien busco ―respondí―. Deseo entrevistarme
con tu madre.
―¿Vas a pedir la mano de Cécile? ―me preguntó, sonriendo.
―De momento no, aunque todo se andará ―le dije, con una amplia sonrisa.
Por el pasillo Daniel me empujó suavemente con la mano puesta en mi
espalda, certificándome de esta manera que el incidente se había superado y que
podía volver a contar con él.
―Mamá, aquí tienes a Álvaro ―anunció Daniel, al traspasar la puerta del
salón―. Quiere hablar contigo. Debe de ser algo importante porque no me ha
dicho de qué se trata ―dijo con aire burlón, antes de desaparecer.
Perfectamente arreglada, como si me estuviera esperando, madame
Stéphanie acariciaba en ese momento las teclas de un piano. Sus espaldas se
templaban con el mañanero sol, protegiendo, de paso, la madera y el marfil del
estupendo piano vertical, en el que podía leerse: Carl Ecke. Berlín.
―Es “Sueño de amor” de Franz Liszt ―dijo en un susurro, sin interrumpir
la ejecución de la obra.
Una vez terminado el nocturno, cerró la partitura y cubrió el teclado
con la tapa. Se sentó en un diván de terciopelo rojo y después cruzó las
piernas hasta acomodarse, invitándome con la mano a que me sentara a su lado.
Sacó de la pitillera un cigarrillo, comentándome mientras lo encendía:
―Aprovecho momentos como éste para fumar. En la calle nunca lo hago,
para que no me confundan con lo que no soy. En Francia ver a una mujer fumando
en la calle es lo más corriente, pero aquí...
Con la primera bocanada de humo un aroma de tabaco rubio mentolado
inundó la habitación en la que momentos antes resonaran las notas del piano.
Quizás, por eso comenzó a hablarme de música con la naturalidad del que dialoga
con una amigo de toda la vida.
―Liszt y Chopin son los compositores que con más asiduidad interpreto,
aunque algunas de sus obras resulten ciertamente enrevesadas para mis torpes
dedos. La música clásica, sea sinfónica o no ―continuó diciéndome―, tiene para
mí un poderoso atractivo. Me entusiasma escucharla, incluso si las notas
proceden de mi piano, aunque, ni de lejos alcance la sonoridad de los grandes
intérpretes. En casa, a excepción de mi marido, todos hemos estudiado solfeo y
tenemos nociones de algún instrumento. Charlotte estudió oboe, hasta que se
cansó. No es constante, aunque tiene muy buen oído ―me confesó, tras sacudir el
pitillo en un cenicero de cristal de Murano y aspirarle de nuevo―. En cambio,
Daniel practica todos los días un ratito con el violín y va sacando los cursos
con normalidad. Cécile se decidió por la flauta travesera y le saca mucho
partido, aunque no sé por cuánto tiempo. En esto se parece a su hermana. Como
ves, podíamos tener en casa una pequeña orquesta. Y tú, ¿dominas algún
instrumento?
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Fotografía del autor.
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