PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (54)
CAPÍTULO III
La casa del abuelo
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―Lo que propones, Consuelo, es
harto complicado. De momento, tendríamos que habilitar una habitación, con el
consiguiente gasto; contratar una asistenta, lo que elevaría más el presupuesto, porque a Petra no la arrancas del pueblo, y luego, ¿quién
estaría pendiente de él todo el tiempo? Eso sin tener en cuenta que, con las
múltiples idas y venidas al aseo, alteraría el ritmo de estudio de los niños;
por tanto, creo que lo mejor, es que siga con Petra en el pueblo ―sentenció, y,
queriendo argumentar su decisión, concluyó―: Las personas mayores si no están
en su casa, se desubican y acaban por trastornarse.
Mi padre se calló cuando Petra
entró en el comedor con la misma actitud con la que nos había recibido horas
antes, en el zaguán, es decir, lloriqueando pañuelo en ristre.
―Está igual, igual que
Alejandro, el de la Bernarda ―exclamó gimoteando, mientras se pasaba el pañuelo de un ojo al otro. Después,
aspirando los mocos con una fuerza inusitada, predijo para el abuelo el mismo
rápido final que ya tuviera el marido de la Bernarda :
―Estas Navidades me veo tomando
las castañas, yo solita ―y rompió a llorar.
El golpeteo del bastón sobre
las losetas del pasillo nos advirtió de la presencia del abuelo, y al instante,
el silencio se hizo en el comedor. Apoyándose en el quicio de la puerta,
agotado, casi sin fuerzas para hablar, el abuelo nos abarcó a todos con la
mirada, y al poco musitó:
―Señores: me voy a tomar un
poco de leche y al punto me meto otra vez en la cama.
Aunque la pregunta sobraba, mi
padre, quizás para demostrar su interés, le preguntó:
―¿Qué tal le ha ido en el
servicio, padre?
El abuelo en su pose
característica, tomó aliento, cargó el peso sobre el bastón que sujetaba la
mano izquierda, levantó el brazo derecho, como si nos fuera a bendecir, y
respondió:
―Te voy a contestar con un
dicho de Mayalde: «Si al mear no hace espuma, es que no tiene fuerza la pluma».
E inmediatamente se giró,
camino del dormitorio.
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