BODAS DE NADA
Cuando le dijeron que el jardinero había muerto,
cerró el mirador acristalado que daba al jardín, echó la falleba y, cuarenta
años después, dio por concluida la venganza por sus "bodas de nada".
De joven, se dejaba querer por el aroma de los
almendros en flor, por la luna llena en las noches despejadas y por todo lo que
consideraba digno de ser amado. También se dejó querer por un hombre alto y
moreno que arribó como escribiente a la Notaría del pueblo. Ya fuera por la
novedad de una mirada diferente, por los gestos refinados con los que
acompañaba su pausado hablar o, simplemente, porque la llamada del amor
alteraba su pulso y le entrecortaba la respiración, aquel hombre fue ganando su
confianza hasta que la pasión derribó los últimos recelos que despertaba en su
vida la presencia de un forastero del que no sabía nada.
En los primeros días de mayo acordaron la boda, para
que en julio los jazmines compusieran el ramo de novia. Entre una fecha y otra,
puso la intención y el alma en los preparativos, para que todo resultara
perfecto. Enamorada, pensaba que la ceremonia y la vida entera junto al
gallardo pretendiente, sería inolvidable.
En el día señalado, cuando llegó a la iglesia,
estaban todos los invitados esperándola, menos el novio. Algo debía haberle
ocurrido... Pero en vano aguardaron su llegada.
Las flores se marchitaron en el ramo inmaculado, y
sintió que se le desgarraba el corazón después de desgarrar con sus uñas el
traje de novia, cuando se desvestía. No quiso que nadie tocara por un tiempo
las viandas del banquete, algunas ya dispuestas entre arcos florales en el
jardín de su propia casa. Decepcionada, sin lágrimas con las que ocultar el
porvenir esfumado y las habladurías que afirmaban que el fugado ya estaba
casado, abandonó el pueblo para iniciar una nueva vida en la capital. Allí
prosperó sin hacer concesiones a ninguna proposición masculina, hasta que,
jubilada, regresó al pueblo, en el que todavía se recordaba el hecho y la copla
que se cantaba por el suceso:
Una novia fue negada
en la villa que te
acoge.
El asunto sobrecoge
pues fueron bodas de
nada.
En
la tranquilidad de su retiro, supo por medio de su sirvienta, que el hombre que
la había abandonado, vagaba por el pueblo, pobre y sucio, en busca de algún
trabajo. Sin pensárselo dos veces, ordenó que le contrataran como jardinero. A
partir de entonces, observaba cada tarde, desde el mirador, cómo su antiguo
amor, bastante deteriorado por el paso del tiempo, se encorvaba ante ella,
hundiendo la azada en el surco en el que plantaba las flores más diversas, que
en su momento adornarían las estancias de su casa. En todo este tiempo, no intercambió
con él palabra alguna, ni siquiera cuando le abonaba el salario, pues lo hacía
a través de la sirvienta. En varias ocasiones, el hombre dirigía su mirada
hacia el mirador en actitud de súplica, pero sólo contemplaba el rostro de una
mujer indiferente, que protegía su ropa con los encajes del vestido nupcial.
Después
del óbito, ya nunca volvió a abrir el mirador, mandó destruir los amarillentos
encajes y compuso e imprimió una redondilla que distribuyó por el pueblo y que
decía así:
La novia que fue negada
por un cobarde huidizo,
se vengó de lo que
hizo:
hacer de la boda, nada.
.

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