domingo, 8 de mayo de 2016

PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS..."  (25)

CAPÍTULO IV
La Compasión

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La mañana había sido fría, pero la niebla se despejó por la tarde, luciendo un sol que, más que calentar, alegraba los corazones. El mío rebosaba de alegría y estaba deseoso de hacer partícipe de mi felicidad a Daniel, que tanto había tenido que ver en el feliz reencuentro con Petra. Me acerqué a su casa y, tras llamar en el portal, subí las escaleras de dos en dos hasta alcanzar el tercer piso. Una voz delicada que brotaba de un rostro angelical, en donde brillaban unos impresionantes ojos azules, me dijo con acento francés:
―Pasa y espera un momento. Mi hermano vendrá enseguida.
Jadeante aún, recibí el abrazo de Daniel cuando le referí el éxito de la operación “Petra”.
―Esto hay que celebrarlo. ¡Cécile! ―gritó―. Di a mamá que me voy con Álvaro y que volveré para la cena.
 Bajamos las escaleras a toda velocidad, saltando tres o cuatro escalones cuando éstos eran los últimos, antes de los rellanos. Las maderas crujían por el impacto, fundiéndose el ruido con el de nuestras carcajadas. En el portal no pude por menos de alegrarme de que esa finca no tuviera por portera a Domi, que jamás hubiera consentido tal escándalo. Ya en la calle, Daniel daba pequeños saltitos de alegría. Parecía que la llegada de Petra le hubiera alegrado casi tanto como a mí.
―Ven ―me dijo―, vamos a celebrarlo. Los mejores churros se fríen en la Plaza del Poniente.
Sentados en un banco del parque, comimos o más bien devoramos una docena de riquísimos churros recién hechos, que compensaron en parte el frío que notábamos, pese a nuestros abrigos.
―¿Te das cuenta cómo con perseverancia y buscando el bien de los demás, se puede conseguir todo?

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