PASAJES DE CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS....(10)
CAPÍTULO II
La Amistad
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Esta afirmación
pareció tan consistente para mis padres que aceptaron de buen grado que mi
compañero de clase, Dani, en el que no había reparado hasta entonces, entrara a
formar parte, desde aquel momento, del reducido grupo de muchachos que tenían
el privilegio de poder acceder a nuestra vivienda.
Por deseo
expreso del Padre Oquendo, el primer contacto tuvo lugar en terreno neutral, es
decir, en el Colegio, y fue toda una demostración de intenciones.
Recuerdo que
era sábado y acudí temeroso al Colegio de San José tras recibir una llamada de
mi tutor en la que me citaba para las seis de la tarde. Por el camino creía que
nada ni nadie me librarían de sufrir un desagradable rapapolvo, pero me
equivoqué de plano. Cerca de la portería, el Padre jesuita salió a mi encuentro
con la mejor de las sonrisas. Tras estrecharme la mano, me indicó el motivo de
su inesperada citación:
―He querido que
vinieras hoy al Colegio porque quiero presentarte a Daniel Casarell. Ya sé que
le conoces, puesto que sois compañeros de clase ―aclaró, con el mismo semblante
risueño―, pero deseo que vuestra relación de amistad sea más íntima. Le he
hablado de tu situación y se ha mostrado dispuesto a ayudarte, resolviendo
cualquier duda que te surja en matemáticas o en cualquier otra asignatura, por
no citar el francés, que domina a la perfección. Espero que te encuentres
cómodo en su compañía. Ven, sígueme ―me indicó con un gesto―; nos está
esperando en mi despacho.
Correctamente
sentado en un sofá de color granate, bajo un grabado que representaba a San
Francisco Javier, rodeado de salvajes y mirando al cielo, crucifijo en mano, se
encontraba mi compañero de aula, Daniel, el cual se levantó para saludarme,
acompañando este gesto con una sonrisa que mostraba una perfecta dentadura.
―Estoy
encantado de que el Padre Oquendo nos haya puesto en contacto. Deseo que a
partir de ahora seamos más amigos si cabe ―aclaró.
Daniel era aún más alto que yo. Delgado y
elegantemente trajeado en gris marengo, parecía un maniquí que tuviera todas
las gracias de un muchacho de nuestra edad.
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