LA POESÍA DE RAFAEL ROCA
A veces, los mejores
regalos llegan pasados los Reyes. Yo he tenido la fortuna de recibir una joya
literaria cuando promediaba el mes enero. Mi amigo, Rafael Roca, me enviaba
desde Madrid, su poemario titulado: "La Dirección del Viento", una
recopilación de bellas composiciones que abarcan parte de su quehacer literario
en los últimos dieciséis años, compuesto según reza en la portada, por:
"63 sonetos y otros poemas".
Como os podéis
imaginar, me he tomado mi tiempo en
leerlo y releerlo y ahora creo estar en condiciones de poder emitir opinión
acerca de este hermoso libro.
Desde el punto de vista
estructural, Rafael es un poeta que se decanta por el soneto, composición que
domina como un verdadero maestro. Los endecasílabos, exquisitamente rimados,
logran cotas de altas sonoridad en los cuartetos iniciales, bien rematados en
los tercetos finales, dejando al terminar de leerlos, la sensación de haber escuchado
una pieza musical perfectamente orquestada. Si la virtud de sus poemas radicara
únicamente en esta característica, estaríamos hablando, simplemente, de un
"ingeniero del verso". Sin embargo, lo que verdaderamente emociona es
el lirismo que imprime en la redacción de sus versos, escritos sin complejos.
Rafael, literalmente "se desnuda", mostrándonos la transparencia de
su sentir inquieto. La búsqueda constante de lo oculto, de lo transcendente, es
una constante que a veces subyace, y en ocasiones se muestra explicita,
intentando hallar respuesta a las interrogantes comunes a muchos mortales, que
desvelan su íntima y particular filosofía de la vida. La mayor parte de los
versos poseen un innegable encanto, manifestación de la extraordinaria
sensibilidad del autor, al que animo a que continúe escribiendo para deleite de
quienes ya somos sus admiradores.
Reproduzco a continuación
uno de sus sonetos, que define, mejor que ninguno, cuanto he dicho.
HOY
QUISIERA...
Hoy
quisiera, Señor, que mi conciencia
quedara
libre de este torbellino
de
deseo, recelo y desatino,
y
llegar hasta ti sin resistencia.
Sin
más anhelo que el de tu presencia,
sin
intención, sin ansia ni destino,
sin
haber prefijado mi camino,
sin
temor, excepto el de tu ausencia.
El
corazón abierto y expectante,
ante
tu luz expuesto; a tu recado,
para
borrar mi sombra de arrogante.
Para
quedar, del todo, a tu cuidado
y
dejar, así, de estar distante;
habiendo,
Tú, mi lucha en paz trocado.
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