EL HOMBRE QUE SOÑABA CON LOS FIORDOS
La temperatura calurosa y húmeda del mediodía le
agobiaba. Lo había experimentado en otras ocasiones cuando, por motivos de
trabajo, acudía por estas fechas a Barcelona. Aquella mañana, tuvo ocasión de
constatarlo, porque la reunión duró mucho menos de lo esperado. Se iniciaba el
puente de agosto y los asistentes deseaban escapar hacia la costa cuanto antes.
Este hecho propició que se viera privado de la agradable temperatura del salón
de reuniones a una hora demasiado temprana para poder enlazar con el aire
acondicionado del restaurante en donde tenía por costumbre almorzar. Así que
decidió hacer tiempo visitando el barrio gótico, para distraer la vista en el collage de razas y vestimentas, que a
esa hora poblaban el entorno de la Catedral. En su Claustro, mitigó por unos
minutos la calorina, para continuar
después deambulando por las estrechas calles adyacentes, mezclando sus
pasos con los de la riada humana que se fotografiaba, bajo un sol implacable.
Con la camisa empapada de sudor, decidió reponer
fuerzas en un Centro Comercial de la Plaza de Cataluña. Desde la novena Planta,
la panorámica que se podía divisar de la ciudad era espectacular y la
temperatura ambiente, deliciosa. Pronto sintió cómo se le abría el apetito y en
el autoservicio, se sirvió a capricho. La falta de espacio hizo que tuviera que
compartir mesa con una joven. En principio, se miraron sin intercambiar
palabra, pero una vez roto el deshielo con frases tópicas, descubrió en su
compañera de mesa, una cultura cosmopolita y una sensibilidad extraordinaria.
La casualidad hizo que la joven, una turista neozelandesa, tuviera gustos
semejantes a los suyos, pero la verdadera sorpresa fue descubrir que, al igual
que él, siempre había anhelado conocer los fiordos noruegos. Excitado por el
hallazgo, le propuso viajar cuanto antes a aquel soñado lugar, a lo que la
mujer, sin ningún remilgo, accedió complacida.
En una agencia de viajes, consiguieron plaza para un
vuelo que partiría al día siguiente y, nuestro hombre, pronto ideó una excusa
con la que comunicar a su mujer que, “por motivos de trabajo, debía permanecer
unos cuantos días más, por tierras catalanas”. Era consciente de la infidelidad
que cometía, pero se autodisculpó, arguyendo que no toda la culpa era suya y
que poder realizar ¡por fin! el sueño que le obsesionaba, justificaba su
proceder.
Su esposa, no volvería a verle nunca más. El
desconocimiento hizo, que ni siquiera se inmutara, cuando escuchó por
televisión que un avión con destino a Noruega, se había estrellado en
territorio alemán.
Al menos intentó cumplir su sueño. Buen relato. Un saludo.
ResponderEliminarMi opinión personal al respecto, es que todos debemos intentar realizar nuestros sueños, siempre que esos sueños no traicionen el amor y la confianza, que otros han depositado en nosotros. El fin no justifica los medios.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. María José. Te saludo cordialmente.