jueves, 21 de septiembre de 2017

PASAJES DE "CÉCILE.AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (38)
CAPÍTULO V
La Acogida

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En su habitación, Daniel me mostró una colección maravillosa de soldaditos de plomo, que compraba en una tienda de maquetas y luego él se entretenía en decorar con pinturas que abarcaban toda la gama de colores y tonos, formando ejércitos multicolores de distintas naciones. Me asombré del orden que imperaba en el cuarto ¡tan diferente al del mío! y me propuse en lo sucesivo, también en esta faceta, imitarle. Junto al armario, el estuche de un violín delataba su contenido.
―Desconocía que tocaras el violín ―le comenté al intuir el instrumento.
―Sí. En casa somos muy aficionados a la música ―me respondió sin dar mucha importancia a esta cualidad.
Tampoco faltaba, en la parte alta del armario, una exposición permanente de mariposas, que conservaba ensartadas en alfileres sobre una base de corcho. Cada una de ellas estaba perfectamente identificada con su nombre científico, en su correspondiente caja. En los estantes próximos a la mesa de estudio se encontraban los libros de texto y los de lectura. Entre estos últimos abundaban los de contenido religioso. Después de enseñarme varios, acabó por recomendarme uno que estaba seguro de que me encantaría: “Las Cien Mejores Poesías de la Lengua Castellana” de Marcelino Menéndez y Pelayo.
―¿Lo has leído? Si quieres te lo dejo, porque sé que eres un poeta en ciernes.
―¿No habrás dicho nada de esto en tu casa? ―pregunté, temeroso de que mi afición fuera conocida.
―Descuida, ya te dije un día que de lo que tú y yo hablemos, nadie se tiene por que enterar. Únicamente lo contaré cuando me autorices.
Animado por la confidencialidad demostrada, no tuve inconveniente en relatar a Daniel el plan que habían urdido en mi casa y que consistía en que fuera por unos días la pareja de la simpática Goyita, pretextando que conmigo ya había agotado todos los temas de conversación, y además, que ello supondría hacer una gran favor a mi hermana Margarita, para que no tuviera que renunciar a salir a solas con Nacho, contraviniendo la opinión de mis padres.
―Es muy comprensible que a tus padres no les parezca apropiado que Margarita y Nacho paseen solos ―razonó―. Date cuenta de que en esta ciudad nos conocemos todos y hoy por hoy existen prejuicios que en Francia no se dan. ¡Pero no te preocupes! Si lo crees necesario, no tengo inconveniente en ser el acompañante de Goyita. En cuanto a ti, puede que mi hermana Cécile no ponga reparos en venir con nosotros; aunque parece callada, cuando quiere habla por los codos, y creo que le has caído muy bien.
―¡Magnífico! ¡Me parece magnífico! Pero no me gustaría que Cécile se vea en un compromiso ―dije, temeroso.
―No te preocupes por esa cuestión. Ya me encargaré de decírselo y de convencerla. No creo que haya quedado con las amigas, y aún en ese caso, no le resultará difícil cambiar las fechas.

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