PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN
POETA" (46)
CAPÍTULO VI
La ilusión
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Cuando de regreso a casa nos reunimos con Margarita y Nacho en la
cafetería, nos pusimos de acuerdo en lo que teníamos que decir: haber visitado
las fachadas de San Pablo y de San Gregorio, para ir después a contemplar la
cabalgata de Reyes, naturalmente todos juntos.
Impaciente por habernos demorado unos minutos, eso fue lo primero que
preguntó nuestro padre a Margarita cuando nos abrió la puerta.
―¿Qué tal el paseo? ¿Dónde habéis estado? ¿Has enseñado a Nacho alguna
de las maravillas de la ciudad?
―Sí, papá, el paseo ha sido estupendo, lo hemos pasado muy bien. Nacho
ha quedado impresionado con la filigrana en piedra de las fachadas de San Pablo
y de San Gregorio.
―No me extraña que se haya quedado extasiado. Éstos del Norte, cuando
vienen a Castilla, descubren por vez primera el sabor de un buen lechazo asado
y la grandiosidad de nuestra arquitectura religiosa. Don Ignacio siempre me
ponderaba las cuatro iglesias de su pueblo como si fueran únicas en el mundo.
La verdad es que los vascos tienen pocos monumentos de los que presumir, aunque
piensen lo contrario. Para contentarse, llaman al estadio del Athletic de
Bilbao “La Catedral”. Serán fanfarrones... Por cierto, mañana le dices a Nacho
que está invitado a comer.
Seguramente, aquella noche los sueños de Margarita y Nacho fueron
placenteros, rememorando el calor de sus respectivas arquitecturas corporales,
sin que hubieran necesitado contemplar fachadas de fría piedra por mucha
filigrana que tuvieran. Mis sueños fueron todo lo maravillosos que cabe
imaginar. Si mi padre me hubiera preguntado a mí acerca del lugar en donde
habíamos estado, no hubiera podido reprimir esta exclamación: “¡En el Cielo!
¡En un cielo azul, como los ojos de Cécile!”
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