PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (46)
CAPÍTULO III
La casa del abuelo
.............................................
Cumpliendo órdenes maternas, me dirigí junto con mi
hermano y Jeremías al cuarto situado en el extremo del pasillo, que como todo
en la casa, era espacioso y desangelado. Las dos camas niqueladas estaban
enfrentadas, por situación y por estética, a un vetusto armario de madera cuyas
puertas debieron, tiempo atrás, cumplir con su cometido y ahora, desencajadas,
no permitían cerrar el habitáculo. Sus cerraduras eran ojos que miraban a las
camas, y éstas les devolvían la mirada sin poder ver su imagen en el espejo del
cuerpo central del armario, totalmente deslustrado.
Deduje que la cama de la izquierda era la que me
correspondía, porque en su cabecero tenía enredado un cable de cordón trenzado
terminado en un interruptor de pera que me otorgaba la facultad, como hermano
mayor, de encender o apagar la luz cuando quisiera. Jeremías, atraído por la
novedad, hizo funcionar varias veces el artilugio, entreteniéndose con el
parpadeo de las bombillas, hasta que él mismo, sacó a la luz, un sentimiento
que le carcomía en su interior, intermitentemente, como los destellos de la
lámpara:
―¡Qué suerte tenéis lo ricos!
―¿Por qué? ―preguntó Tinín inocentemente.
―¡Por qué va a ser! Sólo los ricos pueden pagar la luz al
molinero. Los pobres como yo, nos vamos a la cama con un carburo, y si de noche
tienes que levantarte, lo más fácil es que te escoñes.
―¿Qué es eso? ―preguntó Tinín.
―Anda majo, vete a jugar, que estas conversaciones son de
mayores ―le dije, para salir del apuro.
Cuando Tinín se marchó, a Jeremías le faltó tiempo para
preguntarme:
―¿Pero de verdad no sabe tu hermano qué es escoñarse?
―¡Claro que no! Nosotros no empleamos esas palabrotas.
―¡No me jodas…! ¡Qué atrasados estáis en la capital!
―sentenció Jeremías, cada vez más convencido de que me era imprescindible como
profesor. Luego se tendió a la larga en mi cama, dando pequeños saltitos, como
queriendo comprobar la blandura de la lana.
―¡Esto sí que es un colchón y no la mierda de jergón que
tengo en casa! Te se clavan las hojas del maíz como alfileres.
―«Te se» ¡no! Se dice «se te» ―le corregí, para
demostrarle que los de capital también podíamos enseñar cosas.
―Lo diré como tú quieras; estoy acostumbrado a obedecer.
El caso es que te levantas hecho polvo y luego no rindes en la escuela. La señorita
Marciana siempre va a mis padres con el cuento de que me quedo dormido. ¡Qué
sabrá la tía esa! Seguro que ella descansa espatarrada en un colchón como éste.
Jeremías se incorporó sentándose en la cama, donde siguió
comprobando la calidad del colchón y del somier,
brincando cada vez con mayor intensidad, hasta que no pude por menos de
advertirle:
―¡Párate ya! Como sigas saltando, me veo durmiendo con
Tinín en la otra cama.
Y no lo dije por
decir, pues cabecero y piecero, aproximándose a cada salto,
amenazaban con terminar abrazados.
.................................................
No hay comentarios:
Publicar un comentario