ARIADNA
Acabo de despedirme de Ariadna.
A propósito, la llave parecía no encontrar su lugar en la cerradura: un beso.
Nuevo intento aposta fallido: otro beso, esta vez más prolongado y cuando por
fin se abrió la cancela, la imagen de su mano, lanzándome besos, me ha
acompañado hasta llegar a mi apartamento. Cogidos de la mano habíamos caminado
por la larga avenida sin apenas darnos cuenta de que las farolas nos iluminaban
intermitentemente a intervalos constantes. Casi no habíamos hablado, tan solo
miradas, muchas miradas, complacientes miradas de enamorados. En cada una de
ellas, una sonrisa de aprobación y un agradecimiento implícito a la vida que
nos deparó aquel primer encuentro inolvidable en la boda de amigos comunes.
¿Eres amiga de Marta?— le
pregunté. Y tú de Alfredo, ¿verdad?—me respondió con la seguridad de haber
acertado.
Quizás hubiera bastado este
pequeño intercambio de palabras para darme cuenta de que algo nuevo,
delicadamente sugerente, acababa de comenzar. Pero el convite, los brindis, el
baile y la tarde misma siguieron su curso. Al despedirnos, nos pedimos los
números de teléfono. A los pocos días, ya sabía el suyo de memoria de tanto
repetirlo.
He comenzado a contar mi
personal historia de amor por el final. Quizás no debería haberlo hecho así,
porque las historias, sobre todo si son de amor, deben terminar felizmente y no
comenzar de esta manera. Culminar un bello proceso, requiere pasar,
generalmente, por varias etapas anteriores: muchas tardes de espera, alguna que
otra noche de desasosiego e incontables parciales fracasos…
A la memoria acuden los
melancólicos momentos que me proporcionó aquella esbelta profesora de Historia
del Arte, no sé cuántos años mayor que mis recién cumplidos dieciséis, que parecía
no percatarse de mi desaforado interés por preguntar y preguntar sobre la
escultura etrusca en la que ella era una experta. Contestaba a mis preguntas
con la mirada esperanzada de haber encontrado un futuro seguidor de sus
complejas teorías sobre la materia y yo esperaba de manera absurda, una simple
caricia que me gratificara, al menos, de la preparación exhaustiva de mi
fingida preocupación por un tema que me resbalaba.
¡Y qué decir de Maribel! Una
monada veinteañera que en pocos días rebosaba de amor por mí al conocer que
había concluido la carrera y que se desinfló en menos tiempo al saber que mi
Ingeniería era de Grado Medio. ¡Demasiado poco para ella! El día en que concluí
el Grado Superior me dieron ganas de escribirle una carta que contuviera una
sola palabra: ¡Necia! Pero pensé que bastante trabajo tenía con pasearse calle
arriba, calle abajo, en busca de un hombre al que amar por lo que tenía y no
por lo que fuera.
Entre tanto, Nunchi, Reyes,Sélene…con
sus pros y contras, las que deseché y las que me desecharon… Pero hoy, todo eso
es solo recuerdo. Bastó la mirada de Ariadna en aquel dichoso día, para
reconocer que era ella a quien esperaba. Ahora, a punto de llegar a casa, sé
que su mirada me seguirá acompañando, incluso cuando cierre los ojos antes de dormirme, porque
lograré soñarla.
Fotografía de Santos Pintor
Galán.
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ResponderEliminarUn millón de gracias, Ana. Abrazos.
EliminarLindo...
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