jueves, 11 de agosto de 2022

 

PASAJES DE “LAS LAMENTACIONES  DE MI PRIMO JEREMÍAS” (89)

CAPÍTULO VI

El cursillo de verano

 

 

 

 

……………………………

―¿Esperará Rosita, la de la Nicanora, hasta que regrese? ―preguntó preocupado, Jeremías.

―Esa cuestión no debe quitarte el sueño; en Francia o a donde vayas, siempre encontrarás mujeres. Ese es un material que no se agota tan fácilmente, y en último caso, escríbela de vez en cuando informándole de tus progresos. Si te va bien, ya verás cómo te guarda la ausencia. ¿O no te he dicho cómo son las mujeres? ¡Demonio de crío! ¿Esa es tu máxima preocupación?

El tío Caparras, dejando caer la cabeza hacia atrás, permaneció unos minutos en silencio con los ojos cerrados, acaparando el sol que iluminaba su rostro, estático como una lagartija. Jere­mías, preocupado por la brusca interrupción de la conversación, preguntó:

―Caparras, ¿te has muerto o qué?

Sin molestarse en abrir los ojos, el hombre contestó:

―Aún no ha llegado mi hora, Jeremías, pero cuando venga a por mí «la pálida», no habrá mucha diferencia entre estar vivo o muerto; sólo variará de posición mi cuerpo y la piedra del panteón, que estará por encima y no por debajo, como ésta en la que estamos sentados. Desde que tomé la firme decisión de vivir a mi aire, soy una de las pocas personas de este mundo que sin haber muerto, descansa en paz. Ahora, iros a casa a comer, que ya es hora. Yo me quedo donde estoy, porque a mí nadie me espera y además, el sol me alimenta.

Atravesando la Plaza llegué a la casa del abuelo. Varios estornudos seguidos me confirmaron la frescura del zaguán y alertaron a la familia de mi presencia.

―¿Dónde has estado? ―preguntó mi madre desde la cocina―. Hace un rato que Tinín juega en el jardín y creo yo que el cursillo termina a la misma hora para todos.

―Estuve con Jeremías, llevando las piedras de la huerta a las afueras del pueblo― dije, para ocultar la trastada hecha al Alpargata.

―Lávate las manos y ven a la cocina. Hoy vamos a comer aquí, para que el abuelo no tenga que desplazarse.

Realmente, el abuelo no estaba para muchos desplazamientos. Sentado en el escaño, combatía el frío envuelto en una manta. Bajo el sombrero, los pellejos de la cara disimulaban a duras penas el contorno de una calavera cada vez más evidente.

―Hoy ha venido el pescadero de Corrales ―anunció mi madre, dirigiéndose al abuelo―, y he pensado, Tino, que una pescadilla cocida le hará bien. Yo misma me encargaré de quitarle las espinas para que se descuide comiéndola.

―Gracias, Consuelo, por ser tan atenta conmigo. Al menos me quitas las espinas del pescado. ¡Si pudieras quitarme también las que tengo clavadas en el corazón! ―dijo el abuelo, arrebujándose con la manta.

―Todo se andará; cuando coma ya verá como nota la mejoría y a la par se alivian los pesares ―le animó mi madre.

                                                                                                     …………………………………

 

4 comentarios:

  1. Exquisita narración. Muy precisa y qué bien delineados los personajes. Saludos de David Flores.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, amigo David. Tu comentario me agrada infinito al proceder de un escritor tan afamado. Tendré ocasión de agradecerte personalmente tu exquisito detalle. Abrazos.

      Eliminar
  2. Tu novela, Las lamentaciones de mi primo Jeremías, fue utilizada por el grupo de lectura del Centro de Personas Mayores de San Juan.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, amable comunicante. Si hubiera tenido conocimiento de ello, yo mismo les hubiera impartido una charla gratuitamente. No sé si todavía estaremos a tiempo. Saludos.

      Eliminar