EL CURANDERO POETA
(Obra teatral en tres Actos)
ACTO PRIMERO
(En el salón del hogar de Germán y Lupi)
LUPI—
¡Qué dolor! ¡Esto es inaguantable, Germán! Estoy dolorida desde el flequillo
hasta el dedo gordo del pie. Esto no hay quien lo aguante.
GERMÁN—Cariño,
¿te has tomado el ibuprofeno?
LUPI—
Ya voy por el tercero y como si nada. Me voy a intoxicar con tantos analgésicos
y antiinflamatorios. Debo tener el hígado para el arrastre y no veo mejoría por
ninguna parte.
GERMÁN—
Si te parece pedimos cita previa y que te eche un vistazo doña Casilda.
LUPI—
A mí esa mujer ya no me vuelve a ver más. Me pide siempre un análisis de sangre
y una radiografía para, al final, decirme que todo está correcto y que lo que
me pasa son cosas de la edad. Que si la artrosis... que si el reuma... que si
el cambio de tiempo... para acabar recetándome ibuprofeno, paracetamol y que
los vaya alternando, y yo, Germán, no estoy ya para tomar la alternativa ni
para que me toreen. Hay que buscar otra solución.
GERMÁN—
Dime entonces qué hacemos. ¿Se te ocurre alguna otra cosa?
LUPI—
Me estoy acordando de Marisa, la cajera del supermercado. En cierta ocasión,
cuando vio que casi no podía llevar el carro, me recomendó visitar al
"curandero poeta", un hombre que vive como un anacoreta a dos
kilómetros de Vencedilla de la Marquesa. Verla con náuseas y predecir que en
ocho meses sería madre, fue todo uno, me dijo la cajera, y eso sin tocarla ni
un pelo. Solo le dijo: "En el mundo hacen falta / que nazcan mejores
hombres. / Te ruego que no te asombres / si en meses tu vientre salta”.
GERMÁN—
Pues sí que tenía buen ojo el curandero ese. ¿Y está muy lejos Vencedilla de la
Marquesa?
LUPI—
A dos horas en coche, pero las daremos por bien empleadas si me recompone un
poco.
GERMÁN—
Que por mí no quede, Lupi. Vete pidiendo audiencia y cuando diga, nos vamos a
ver a ese caballero.
SEGUNDO ACTO
(En
la habitación de una casa semiderruida, a las afueras de Vencedilla de la
Marquesa, rodeados de multitud de estatuas de Cristos, Vírgenes y Santos, en un
ambiente cargado por una multitud de velas encendidas).
EL
CURANDERO— Pasen y no digan nada, / pues todo mal tiene cura, / aunque la noche
sea oscura / está con velas velada.
LUPI—
Verá a mí lo que sucede es que…
EL
CURANDERO— ¡Chsss! Solo con verla detecto / el mal que causa sus males / dentro
de poco, los ayes / sabrán que curo directo.
LUPI—
Pero, ¿no tengo que hacer nada?
EL
CURANDERO— Echa una piedra en un pozo, / reza tres avemarías / y en tan solo
veinte días / el dolor podrá ser gozo.
LUPI—
Parece un tratamiento fácil de cumplir. Buscaré el pozo y haré lo que usted me
ha dicho. ¿Qué le debo por la consulta, señor curandero?
EL
CURANDERO— No uso medios cruentos / sanando lo que pretendo / pero el efecto va
haciendo / un morado de quinientos.
TERCER ACTO
(Después de echar la piedra al pozo y esperar veinte
días, los dolores de Lupi no cesan y, escocidos por el alto precio de la
consulta, deciden pedir explicaciones al curandero)
LUPI—
Venimos enfadadísimos, porque los dolores no han cesado y creemos que hemos
sido objeto de una estafa.
EL
CURANDERO— Os faltó tener paciencia. / No elegisteis bien la piedra, / a veces
la misma hiedra / tarda en crecer, ¡es la Ciencia!
GERMÁN—
Ya nos está devolviendo los quinientos euros si no quiere que le denunciemos en
el cuartelillo de la Guardia Civil.
EL
CURANDERO— Aquí tenéis el dinero / no soy ningún caradura / pues mis versos son
cultura / y curan, os soy sincero.
LUPI—
En eso tiene razón / si mis males no sanaron / al menos en mí quedaron / la
rima de un tío guasón.
GERMÁN—
A mí me pasó lo mismo / y aunque Lupi no curó / noto que por fin logró / sin
querer, hacer turismo.
Contentos
porque sin pretenderlo Lupi y Germán aprendieron a rimar, le dieron una buena
propina al curandero y fueron en busca de una farmacia a comprar ibuprofeno.
FIN
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