FÁBULA DE LA FUGAZ CONVERSIÓN
DE UN ESCRITOR
La fama de la que gozaba don Agapito Martínez de
Coslada y Pérez de Armentería era incuestionable. Doctor en Filología,
poeta, ensayista y director de un
periódico local, era la viva estampa del éxito literario que él mismo se
encargaba de alimentar, ocupando su fotografía la primera página del periódico
si asistía al acontecimiento al que se le invitaba. En su ciudad no había
suceso cultural de cierto prestigio en que no fuera solicitada su presencia, y
de paso, era homenajeado. Los organizadores de esos eventos, en un prodigio de
imaginación, sabían que premiar a don Agapito era ensalzar su acontecimiento
literario a los altares de la actualidad
gráfica, con lo que ello suponía de difusión y autobombo.
Tampoco le faltaban a nuestro ilustre escritor
ofrecimientos para que presidiera jurados de certámenes y justas literarias, a
las que don Agapito se prestaba gustoso porque, entre otras razones, le daba
oportunidad de exhibirse, una vez más, en el diario, y lo que era mucho más
importante: de esa manera podía corresponder a compañeros y amigos que
previamente le habían distinguido con algún Galardón. La forma de actuar en
estas ocasiones era bien sencilla: dejaba a una lado el montón de ilusiones en
forma de escritos de los participantes y abría directamente los sobres que
contenían las plicas. El resto es fácilmente imaginable. Otras veces, el
procedimiento era mucho más sencillo: sobre la mesa de su escritorio figuraba
el seudónimo que él mismo indicara días atrás al colega con quien estaba en
deuda. Su trabajo se reducía entonces a escribir una frase rimbombante con el
que justificar tal decisión: "La poesía de ...... es de una altura tal que
leyendo sus versos uno cree deambular en espacios celestiales...."
Un día, sintiendo remordimientos de su injusto
proceder, decidió obrar en conciencia. Leyó cada uno de los manuscritos de un
concurso literario y decidió otorgar el premio al mejor trabajo, que
correspondió a un autor desconocido. Sus corifeos, como siempre, aplaudieron la
decisión, pero el fallo del certamen no debió agradar a quien lo esperaba,
puesto que, en los meses siguientes no recibió invitaciones ni plácemes.
Compungido, sobrado de desvergüenza, pero falto del halago humano, nuestro
escritor decidió volver a las andadas. "A partir de ahora, obraré como
siempre se ha hecho", pensó. Y la injusticia continúo...
MORALEJA: La conversión si no es total, no es
válida.

Excelente fábula, ciertamente la conversión si no es total, no es válida.👏👏👏
ResponderEliminar