jueves, 1 de septiembre de 2016

PASAJES DE “LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS” (28)
 CAPÍTULO I
El Viaje
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El crío terminó por callarse, y tras acabar el bocadillo, se animó, palillo en ristre, a zamparse unos cuantos pinchos de tortilla.
―Alvarito, pica tú también ―dijo tata Lola, mientras atacaba magro de cerdo en aceite.
―Estoy desganado ―dije, contemplando el mantel y las salpicaduras. Y luego para que no siguieran ofreciéndome más comida, pelé un plátano con la seguridad de que era de lo poquito que se había salvado del «asperges». Tan mal me sentó quedarme hambriento que cuando fui a tirar la cáscara del plátano en la papelera, me acerqué sigilosamente al pequeñajo, y acariciándole el cogote, le susurré al oído: ¡Marrano!
 Regresé al banco, bostezando de hambre y sueño, y encontré acomodo junto a tata Lola. Desde esta posición, observé la techumbre que cubría la estación, las puertas de entrada y salida, que parecían hechas para gigantes, el reloj, a juego con la grandiosidad de la estancia, el ir venir de los viajeros, el sol iluminando la mañana, y a una mujeruca abrigada con toquilla, que proclamaba a los cuatro vientos, a intervalos regulares de tiempo: «¡Hay churros! ¡Hay churros!» Dirigí la vista otra vez hacía el ojo ciclópeo, interesándome por la hora, y éste pareció entenderme; al menos, me hizo un guiño, dejando caer la temblona manecilla del minutero hasta atravesar el número cuatro. «Todavía las ocho y veinte», pensé, y acepté de buen grado el chicle de fresa que la tata me ofrecía.
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