PASAJES DE "CECILE.AMORÍOS Y
MELANCOLÍAS...." (15)
CAPÍTULO II
La Amistad
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Con todo, prefería que a nuestra casa viniera Goyita, que
siempre me saludaba con una sonrisa y el consabido: “Alvarito, guapo, ¿está tu
hermana?”, y no la enigmática Cristina. Ésta tenía una peculiar forma de
apretar el timbre, que me impulsaba como un resorte a observarla por la mirilla
y a ordenar a tata Lola que abriera la puerta. Era mi forma de no olvidarla y,
a la vez, no ahondar en la supurante herida. ¡Pero todo era en vano! Desde mi
cuarto distinguía entre las risas de las muchachas la voz melódicamente aguda
de Cristina, con sus inflexiones y carraspeos. Adivinaba la sonrisa angelical
con la que adornaba su cara cada vez que pronunciaba una palabra. Sobre el
libro abierto veía materializarse los cabellos dorados que, sugerentes,
ocultaban en cada movimiento de cabeza, los hoyuelos de sus mejillas cerca de
la comisura de la boca. ¡Aquella boca que habría besado, sin duda, su novio, el
plastón de Felipe!
Estos pensamientos me hundían en la más profunda de las
miserias. Decididamente el mundo no era justo conmigo. Tenía que haber nacido
dos años antes para poder competir de igual a igual con ese petulante
grandullón que, además de robarme el amor de mi vida, se jactaba de ser el
botín más codiciado entre las féminas de las Carmelitas.
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