PASAJES DE "CÉCILE.AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN
POETA"(36)
CAPÍTULO V
La Acogida
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Por
puro azar, la pregunta acertó de lleno en el motivo de mi visita, y como era de
esperar, me acordé de Goyita y contraje la mandíbula de manera involuntaria,
mordiendo el bombón que, al ser de licor, derramó en mi boca su contenido, con
tan mala fortuna que el líquido se me fue por la laringe. ¡Creí morir por
atoramiento y por vergüenza! Parte del bombón salió despedido, salpicando los
alrededores, mientras que en mi ahogamiento lanzaba sonidos extraños.
Inmediatamente, todos me rodearon, ofreciéndome servilletas de papel, en tanto
recibía una lluvia de consejos: “Levanta el brazo”, “Respira profundamente” o “Intenta
tragar saliva”, pero que, de momento, no detuvieron los tosidos ni la sensación
de estar pasándolo mal. Cuando por fin conseguí rehacerme, con voz ronca di las
gracias y pedí disculpas por las molestias ocasionadas, mientras un par de
lágrimas brotaban de mis ojos por el esfuerzo realizado. ¡Mi visita a los
Casarell-Dupont no podía comenzar peor!
Tanto
madame Stéphanie como Charlotte, me disculparon, intentando no abochornarme más
de lo que estaba, alegrándose de que el incidente se hubiera pasado.
―Quédate
un ratito sin hablar y ya verás cómo te recuperas ―sugirió Charlotte, actuando
en el papel de hermana mayor.
No
me quedó otra que hacerle caso. Charlotte era una joven muy bella de figura
estilizada, que al igual que su madre, cruzaba las piernas al sentarse,
mostrando unas rodillas preciosas comienzo de unas piernas interminables.
Intentaba, sin éxito, estirar a cada poco la longitud de la falda tubo, en un
ademán coqueto. Me dijo que se sentía encantada de conocerme. Comprendí que sus
palabras eran pura cortesía y una manera de que pasara el tiempo para que me
pudiera reponer de la sofoquina. Intentando que mi voz se aclarara, pidió a su
hermana que me trajera un vaso de agua. Cuando Cécile me acercó el vaso, se
inició en mí una súbita mejoría. Sentándose a mi lado, me lo ofreció, y
mientras mojaba mis labios en él, noté como su mano se deslizaba por mi espalda
en un intento de que el tránsito fuera placentero. Seguramente en la Gloria
experimentaremos sensaciones parecidas a las que yo sentí en aquel momento. Al
volver la cabeza para darle las gracias, me encontré con unos ojos
maravillosamente azules que me miraron fijamente, envolviéndome con una luz
desconocida para mí hasta entonces.
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Buenos días, Carlos. Delicioso relato!!!
ResponderEliminarBuenos días, Mª Ángeles. El no disponer de internet cuando deseo, me ha hecho no responderte tan pronto como quisiera. Agradezco tu comentario y más la carita que se asoma a mi blog, sonriente. Abrazos.
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