PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (36)
CAPÍTULO I
El Viaje
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Con la vista borrosa, me incorporé en
el asiento y contemplé con qué velocidad desfilaban ante mis ojos encinas y
alcornoques. También las vacas que, solitarias o en pequeños grupos, pastaban
en los claros de la dehesa, junto a las charcas, aparecían y desaparecían como
fotogramas de película de principios de siglo; «se asustan del tren» ―pensé―, y
al girar un poco más la cabeza, en la última curva del recorrido, muy cerca de
la estación, divisé el ciprés que indicaba el lugar exacto donde descansaban,
entre otros, mis antepasados: «los González Hontañera», conocidos entre las
gentes del pueblo como los muleros,
aunque esta referencia disgustara enormemente a mi progenitor. Por un momento
pensé en la abuela
Macrina que, desde enero, alimentaba con su cuerpo el
descomunal ciprés. «¡Se acabó el jamón en tacos y la propina del domingo!»
―pensé egoístamente, al tiempo que mi Certina chapado en oro, regalo de la
primera comunión, señalaba inexorablemente las once y media de la mañana.
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