PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO
JEREMÍAS" (43)
CAPÍTULO III
La casa del abuelo

Alguien sobrado de envidia,
queriendo mostrar al visitante el origen de la fortuna, había rayado con un
punzón la piedra contigua a la de la inscripción, figurando junto al nombre de
mi bisabuelo, la palabra «MULERO», escrita en letras mayúsculas de desigual
tamaño.
La puerta, de madera noble, no
había soportado con la misma entereza que la fachada el paso de los años.
Estaba un tanto vencida, agrietada y reseca; pedía a gritos una buena mano de
barniz, después de que un carpintero suficientemente experto, la nivelara y la
limpiara, restituyéndola al esplendor de antaño, sin mancillar la fortaleza del
roble.
Al traspasar el umbral, tuve la
impresión de adentrarme en una gruta, dada la extensión del zaguán y la
temperatura del recinto, al menos diez grados inferior a la del exterior; la
segunda impresión no era más agradable: el habitáculo estaba desprovisto de
muebles, a excepción de dos sillas fraileras y un escaño, presidido por un
retrato empolvado de mi augusto bisabuelo. A mano izquierda, en la alcantarera,
reposaban tres cántaros, protegidos del polvo por tapaderas de corcho. Del
artesonado pendía una minúscula lámpara de seis brazos, flotando en las
alturas, a poca distancia del techo: su luz iluminaba levemente una figura
humana vestida de luto riguroso, a juego con la sobriedad de la estancia; era
Petra, la cuidadora del abuelo: alta, enjuta y desdentada, que salía a
recibirnos.
...............................................................
No hay comentarios:
Publicar un comentario