LA DUDA DE ALBERTO

La primera vez que Elvira detectó en uno de sus
pechos un pequeño bulto, nada hacía presagiar que, primero el quirófano, más
tarde la quimio y después las incontables estancias en el hospital, arruinaran
los viajes, las excursiones y las gozosas veladas de los primeros años de
su matrimonio.
En todo este tiempo, la rabia mal disimulada y la frustración
fueron socavado el alegre carácter de la pareja, hasta que el gesto grave y la
expresión preocupada, daban pocas oportunidades al diálogo distendido y a la
esperanza de jornadas sin sobresaltos.
En todo este calvario de preocupaciones, Alberto se
mostró cercano y dispuesto a complacer cualquier requerimiento de Elvira, aun a
riesgo de transformar sus gustos personales en beneficio de la persona amada.
El tiempo pasaba lento y la enfermedad progresaba
hasta que un fatídico día se produjo el desenlace. Alberto sintió desmoronarse
sobre él la inmensa torre de recuerdos y de momentos compartidos y una
incipiente depresión le mantenía aislado del mundo, encerrado tras las paredes
de su casa, con la mente empeñada en recordar los tristes momentos pasados.
Con ayuda de familiares y amigos fue venciendo la
indolencia y como vía de escape se apuntó a una Asociación que realizaba
excursiones domingueras a diferentes enclaves en los que poder admirar parte de
nuestro vasto Patrimonio Cultural.
En las primeras salidas, Alberto permanecía distante
del animado grupo de acompañantes y esta circunstancia pronto fue detectada por
María José, una mujer encantadora que aparentaba una edad próxima a la suya y
que se interesó por su voluntario aislamiento.
—Me llamo María José—le dijo. He observado que no
viene acompañado y que no intercambia palabra con el grupo. Eso no es bueno. El
poder comunicarse y opinar sobre lo que vemos, aumenta nuestro bagaje cultural
y nos hace disfrutar más de estas salidas.
Alberto asintió, pero apenas intercambió unas
cuentas palabras con la joven. Sin embargo, al reemprender la marcha, no tuvo
más remedio que entablar una fluida conversación con María José, que, estratégicamente, se
había situado en el asiento contiguo.
A partir de entonces, ella le guardaba sitio a su
lado en todas las excursiones y, como era de esperar, de los intranscendentes
temas pasaron a otros de mayor calado, sintiendo ambos que un hilo de empatía
cada vez más potente se establecía entre ellos. De las salidas en días festivos
a citarse en días laborables solo mediaron semanas y de ahí a que entrelazaran
sus manos e intercambiaran sus primeros besos, apenas unos días. La relación se
iba afianzando y como los dos habían doblado la esquina de la cuarentena, se
plantearon qué camino tomaría su relación. Enamorados como estaban, empezar una
vida juntos parecía para María José la única alternativa posible, sin embargo
para Alberto suponía una decisión de no fácil respuesta. Apenas había pasado un
año desde su viudedad y la relación con sus ex suegros y ex cuñados permanecía
tan afectiva e intacta como años atrás.
—Déjame que lo piense—comentó a María José— .
Necesito meditarlo. Supone para mí un gran dilema la decisión que debo adoptar.
Si te parece bien, esta semana no nos veremos; estaré sopesando los pros y los
contras sobre la postura a tomar. Si el domingo voy a la excursión, es que
deseo pasar el resto de mis días junto a ti. En caso contrario... Espero que en
ambas situaciones comprendas mi postura.
—Te amo y lo comprenderé—respondió María José.
El domingo amaneció con una luminosidad y
temperatura impropias de principios de marzo...
Fotografía de Santos Pintor Galán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario