PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (64)
CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo
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Cuando mi tía entró en la
cocina, me besó y me dijo con la mejor de las intenciones:
―He preparado para ti una
comida especial; espero que te guste. Tenemos de primero, arroz a la zamorana
y, si te quedas con hambre, conejo al «mecagüen» ―dijo, entre sonrisas.
―El arroz me encanta ―apostilló
Jeremías―, pero ya es la cuarta vez que como conejo esta semana.
―No te quejes y da gracias a
Dios ―le contestó Lucía―, que a tu padre, esta temporada, se le está dando bien
bichear en los bardos del Parranda.
―Con tanto bichear, un día de
estos a padre le va a sorprender la guardia civil y va a tener que dormir en el
cuartelillo.
―¡Ojalá, bendito de Dios! Así
apreciará lo que tiene en casa y de paso deja descansar el hígado. No creo que
los guardias le den aguardiente para desayunar ―dijo Lucía, tomando con una
cuchara de brezo un poco de arroz para hacer la probatura.
―¡Exquisito! Ya va cogiendo el
punto. Lo voy a retirar del fuego para que repose y, entre tanto, Jeremías,
vete poniendo la mesa ―dijo Lucía, satisfecha.
Hasta ese momento, yo creía que
poner la mesa consistía en vestirla con el mantel, sacar las servilletas y
colocar todo lo necesario para poder comer, como platos, vasos y cubiertos,
pero en casa de mis tíos tenía otro significado, porque todo lo que hizo
Jeremías fue separar la gaveta de la pared, arrimar el banco y los taburetes,
colocar encima de la mesita una gruesa plancha de madera y anunciar:
―Madre, ya está puesta la mesa.
Con la mesa «puesta» en medio
de la cocina, el arroz a la zamorana viajó, en brazos de Lucía desde el hogar
hasta la plancha de madera, donde reposó tan sólo el tiempo que tardó mi tía en
repartir a cada uno una cuchara de madera.
―Vamos a comer rápido, antes
que se nos pase el arroz, como le sucedió a Justina, la Piquer , que cantando coplas
de su artista favorita, no se dio cuenta de que de moza es cuando una tiene que
echarse novio y ahora a los cuarenta está más sola que la luna ―comentó Lucía
en tono jocoso.
―¿No esperamos a padre?
―preguntó Jeremías.
―Como esperemos a tu padre
―respondió Lucía― puede que en vez de arroz, comamos engrudo. Mariano hace lo
mismo que un buen representante de vinos; no vendrá a comer hasta que no haya
visitado la última cantina. Si viene a pie, a gatas, o lo tienen que traer,
pronto lo sabremos. A veces no sé como el Mecagüen da con la casa ―concluyó
Lucía, mofándose del apodo de su marido.
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