domingo, 12 de enero de 2020



PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (64)

CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo


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En aquella cocina uno se podía poner de cualquier manera, menos cómodo. En un ambiente tan cargado, tenía la impresión de que el banco y los taburetes estarían impregnados de hollín o de grasa, y decidí continuar de pie, intentando aspirar el poco aire que circulaba por el pasillo.
Cuando mi tía entró en la cocina, me besó y me dijo con la mejor de las intenciones:
―He preparado para ti una comida especial; espero que te guste. Tenemos de primero, arroz a la zamorana y, si te quedas con hambre, conejo al «mecagüen» ―dijo, entre sonrisas.
―El arroz me encanta ―apostilló Jeremías―, pero ya es la cuarta vez que como conejo esta semana.
―No te quejes y da gracias a Dios ―le contestó Lucía―, que a tu padre, esta temporada, se le está dando bien bichear en los bardos del Parranda.
―Con tanto bichear, un día de estos a padre le va a sorprender la guardia civil y va a tener que dormir en el cuartelillo.
―¡Ojalá, bendito de Dios! Así apreciará lo que tiene en casa y de paso deja descansar el hígado. No creo que los guardias le den aguardiente para desayunar ―dijo Lucía, tomando con una cuchara de brezo un poco de arroz para hacer la probatura.
―¡Exquisito! Ya va cogiendo el punto. Lo voy a retirar del fuego para que repose y, entre tanto, Jeremías, vete poniendo la mesa ―dijo Lucía, satisfecha.
Hasta ese momento, yo creía que poner la mesa consistía en vestirla con el mantel, sacar las servilletas y colocar todo lo necesario para poder comer, como platos, vasos y cubiertos, pero en casa de mis tíos tenía otro significado, porque todo lo que hizo Jeremías fue separar la gaveta de la pared, arrimar el banco y los taburetes, colocar encima de la mesita una gruesa plancha de madera y anunciar:
―Madre, ya está puesta la mesa.
Con la mesa «puesta» en medio de la cocina, el arroz a la zamorana viajó, en brazos de Lucía desde el hogar hasta la plancha de madera, donde reposó tan sólo el tiempo que tardó mi tía en repartir a cada uno una cuchara de madera.
―Vamos a comer rápido, antes que se nos pase el arroz, como le sucedió a Justina, la Piquer, que cantando coplas de su artista favorita, no se dio cuenta de que de moza es cuando una tiene que echarse novio y ahora a los cuarenta está más sola que la luna ―comentó Lucía en tono jocoso.
―¿No esperamos a padre? ―preguntó Jeremías.
―Como esperemos a tu padre ―respondió Lucía― puede que en vez de arroz, comamos engrudo. Mariano hace lo mismo que un buen representante de vinos; no vendrá a comer hasta que no haya visitado la última cantina. Si viene a pie, a gatas, o lo tienen que traer, pronto lo sabremos. A veces no sé como el Mecagüen da con la casa ―concluyó Lucía, mofándose del apodo de su marido.
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