PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (74)
CAPÍTULO V
El tío Caparras
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Dicho
esto, don Matías, clavando su mirada en mí, me dijo paternalmente:
―¿No
sabes, Alvarito? Don Lucio es el profesor de la escuela de verano. Todas las
mañanas, en el huerto de mi casa, reúne a un montón de muchachos a los que imparte sus conocimientos
de comportamiento social y de formación en el espíritu nacional; además, como
actividad complementaria, se hacen pequeños trabajos de plantación y de
eliminación de malas hierbas. Convendría que acompañaras a tu primo Jeremías en
esta actividad tan provechosa.
―Cuente
con él, desde ahora mismo ―contestó al instante mi padre, quitándome toda
posibilidad de decisión―. Nada me haría más feliz que en el día de mañana,
Álvaro fuese el paradigma de todas las virtudes que hicieron posible nuestro
Glorioso Alzamiento Nacional.
Mi
padre hubiera seguido hablando de las excelencias del Alzamiento si no hubiera
sido porque, en ese instante, el reloj del Ayuntamiento comenzó a dar las doce.
Impulsado por un acto reflejo, don Matías juntó sus manos y comenzó a decir:
―El
ángel del Señor anunció a María.
Al oírlo, mi madre y Tata Lola le
respondieron, en tanto que los demás permanecimos estáticos en nuestro sitio,
eso sí, bajando la cabeza a imitación de las mujeres.
Si
Millet hubiera podido plasmar la instantánea, a estas alturas mi familia podría
ser admirada en el Museo Orsay de París.
A
primera hora de la tarde, Jeremías vino a buscarme provisto de una caña de dos
metros de larga y de un saquito de yute. Antes de que le preguntara que
pretendía hacer con todo aquello, me dijo sonriendo:
―He
traído lo necesario para pasar un buen rato pescando en el regato; sopla un
ligero viento y eso hará que las ranas se confíen. De paso, intentaremos probar
con liga, a ver si apañamos también algún pájaro.
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