LA SEÑORITA LUISA
Miró por la ventana y vio la calle huérfana de
viandantes, casi tan deshabitada como su casa en la que ella era la única
ocupante. Una débil, pero pertinaz lluvia fue la causa de que, hipnotizada por
el deslizar de gotas en los cristales, regresara a cuarenta años atrás.
Entonces, la vida le sonreía y su esbelto y firme cuerpo de adolescente atraía
las miradas masculinas, cuando caminaba con gesto decidido por la calle
principal de su pueblo, cabecera de comarca, ataviada con un traje sastre de
topos que alargaba su figura; figura que se balanceaba, torpemente, por culpa
de unos zapatos de medio tacón recién estrenados.
Fue una época feliz de su vida en la que tuvo muchos
pretendientes, algunos muy bien posicionados, pero la honestidad presidía todos
sus actos y únicamente perseguía, como en un cuento de hadas, el verdadero
amor. Josema, un amigo de la pandilla, de ojos claros, locuaz y zalamero,
atrajo su atención. Gracias a él amó y fue amada y, siguiendo las costumbres de
la época, el día en que el muchacho la cogió de la mano fueron oficialmente
novios haciendo pública demostración de su amor ante parientes y amigos que
creyeron, como ella, en una relación que habría de durar el resto de su existencia.
Poco más de tres meses duró ese estado de éxtasis
total en el que permaneció zambullida en las dulces sensaciones del primer
amor. El diablo, que todo lo enreda, hizo que Josema quisiera compatibilizar su
ardores juveniles con otra muchacha de atrayente aspecto y ella no lo
consintió. A partir de entonces, en una localidad pequeña, una mujer que había
tenido novio quedaba excluida de toda posibilidad de que algún otro varón
tuviera la osadía de acercarse a beber
de los labios que ya habían saciado a otra boca.
Dispuesta a abrirse camino y a comenzar una nueva
vida, decidió establecerse en la ciudad con el escueto bagaje de una pequeña
maleta, una máquina de escribir portátil y sus conocimientos de mecanografía. Tenía
una fe ciega en sus posibilidades laborales y en su desarrollo personal, tras
dejar atrás el amargo linchamiento de sus convecinos. Pronto encontró trabajo,
amigas y toda una serie de admiradores y pretendientes. Pero ya fuera por el
desengaño primero o porque ninguno cumpliera
con sus expectativas, fue dejando pasar el tiempo, acomodándose a su soltería y a vivir a su albedrío.
La lluvia arreciaba y el golpeteo en los cristales
de unos pequeños granizos, la sacó de su ensimismamiento. "He de preparar
la cena"—se dijo. Por el pasillo fue reflexionando sobre su actual
situación. Por una parte, gozaba de una libertad plena, pero, por otra, echaba
en falta a alguien con quien compartir
sus íntimas aspiraciones, una persona que le proporcionara compañía y llenara
su soledad en las oscuras noches sin luna.
"No se puede tener todo—razonó de nuevo—.¿Quién
me asegura que él no me protestaría este caldo y mi tortilla de jamón?"
Sentada en el sofá, ante el café que saboreaba tras
la cena, retomó la lectura de una romántica novela y se dispuso a escuchar la
tercera Sinfonía de Brahms, esperando pacientemente que la melodía del tercer Movimiento la tranquilizara y la
alejara, como otras veces, de los malos pensamientos. El gato, a sus pies,
emitió un ronroneo placentero.
Fotografía de David Dubnistkiy
Quien no ha sentido alguna vez a lo largo de la vida, la necesidad de hacer lo que le da la gana, sin tener que dar explicaciones a nadie? Creo que todos, aunque luego la soledad es tan aterradora, que acabamos pensando, al igual que ella, que necesitamos a alguien con quien compartir nuestras pequeñas cosas.
ResponderEliminarMe gusta tu relato, porque me hace pensar, y creo que desde que nacemos, cada uno traemos incorporado, como si fuera un chips, un proyecto de vida.
Muchas gracias, Pilar. El microrrelato es solo la invención de un personaje que posiblemente existe, como existimos miles de individuos con nuestras vidas pasadas y nuestras vidas por vivir. Un estereotipo al que hace años nombraríamos con cierto desdén: "solterona" y que hoy encaja perfectamente en una sociedad de sujetos más independientes. ¿Mejor? o ¿peor? Para mí, simplemente diferente. Te deseo un estupendo descanso. Abrazos.
ResponderEliminarLuisa...recogió sus pedazos los puso en una bolsa tomo sus maletas ,vamos a respirar aire fresco ,y al paso del bus arrojaba los pedazo,el primero su feliz adolescencia,siguiente... la ilusión, otro, el amor y salió volando la bolsa con el desamor y la despedida de la gente.
ResponderEliminarCon un deseo de crecer y ahora ella es precavida y exigente y ahora escoge,le gusta su soledad,y su gato...
Poco más o menos eso fue lo que hizo Luisa con su vida anterior, aunque no aparece en el micrrorrelato tan explícitamente explicado como tú lo has hecho. Además de compañía, el gato la recordadaba aquello de: "La gata escaldada del agua fría huye". Gracias por tu comentario, anónimo lector.
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