PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (75)
CAPÍTULO V
El tío Caparras
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Cuando íbamos de camino, lo
primero que hice fue darle la noticia de la invitación de don Matías para
asistir a la mañana siguiente a su escuela de verano.
―Ya te lo dije cuando fui a
buscarte a la estación ―me respondió―; en casa del cura se pasan muy buenos
ratos. Lo que ocurre es que no soy muy constante, porque a veces don Lucio se
pasa con el cuidado de la huerta y ya uno va estando harto de trabajar sin
recibir una peseta a cambio. El verdadero profesor, cuando enseña, no debe
pedir nada a sus alumnos. Yo mismo estoy dispuesto a enseñarte hoy a pescar
ranas y atrapar pájaros con liga, y no pienso cobrarte nada. Lo hago
sencillamente porque no comprendo cómo con la edad que tienes estás tan
atrasado en estos menesteres.
―En Valladolid, los pájaros
abundan en el Campo Grande, pero no se pueden cazar, y las ranas no las he
visto ni cuando acompaño a mi padre por las orillas de
―Nunca se sabe lo que te puede
ocurrir en
A medida que nos alejábamos del
pueblo, camino del Cubeto, notaba que Jeremías disminuía la frecuencia de sus
pasos. Las aletas de su nariz se hinchaban aspirando voluptuosamente el
aire cargado de aromas provenientes del regato; elevando la frente, cerraba los
ojos e incluso movía los labios sin articular palabra. Parecía que entre el
regato y él existía una comunicación intangible, un idilio
permanente que dulcificaba la expresión de su rostro, otorgándole la placidez
de la felicidad completa. Era tal la transformación que experimentaba que se
diría que su angustia vital, la pobreza familiar, el desprecio de las chicas y
la soledad en la que se desenvolvía, desaparecían cuando sus pies contactaban
con
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