jueves, 11 de marzo de 2021

 

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (76)

CAPÍTULO V

El tío Caparras

 

 

 

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En un tramo donde el regato se retorcía como una culebra y las espadañas sobrepasaban nuestros hombros, se oyó croar a las ranas. Jeremías, sin decir palabra, me indicó con un gesto que ese era el lugar idóneo para iniciar la captura. Dejó caer la caña y, meticulosamente, como si se tratara de un ceremonial, extrajo del saco de yute un cordel y un trapo rojo.

―¿Qué vas a hacer? ―pregunté inquieto.

―Tú mira y calla ―dijo con autoridad―. Como más se aprende es observando. A mí este oficio me lo enseñó el tío Caparras hace algún año, y me puso como condición permanecer en silencio. Contigo haré lo mismo, sin embargo, como eres mi primo, te dejaré que me preguntes al final, si no entiendes algo.

En un santiamén, enlazó un extremo de la cuerda a la caña y con el otro extremo anudó un pequeño trozo de la tela roja. El saco contenía también unas tijeras de tamaño considerable y una bolsita de cáñamo atravesada por un grueso cordel con el que Jeremías ciñó la cintura.

―Sígueme en silencio, ponte detrás de mí y no pierdas detalle ―me recomendó, aplastando unas espadañas que impedían ver el discurrir del agua.

 Antes de lanzar la cuerda por encima de los juncos, se restregó la mano izquierda varias veces en el pantalón y me susurró al oído:

―Es fundamental tener la mano izquierda bien seca.

Como si quisiera que su imagen de consumado ranero quedara impresa en mi retina, Jeremías exageró el lanzamiento, curvando excesivamente su cuerpo hacia atrás para proyectar cuerda y trapo hacia la orilla del regato. Después, a impulsos constantes de su mano, cimbreó la caña arriba y abajo haciendo que el trapito rojo saltara, imitando con sus movimientos a un inquieto insecto, tratando así de atraer la atención de las ocultas ranas. De repente, la más atrevida, saliendo de la espesura, tragó el engaño. Jeremías con un brusco tirón, colocó la rana en su mano izquierda, sin que el batracio fuera capaz de soltarse, pese a su escurridiza piel.

―¡Te cogí, cabrona! ―dijo con satisfacción, y al momento, utilizando las tijeras la partió en dos, desechando cabeza y tripas y guardando las codiciadas ancas en el saquito de esparto.

―Ésta es sólo la primera; continúa observando ―me dijo ufanamente, al lanzar por segunda vez el engaño por encima de la maleza.

Su habilidad en la captura quedó demostrada, porque en menos de una hora, Jeremías consiguió decapitar más de dos docenas de ranas. Acompañaba cada ejecución dedicando a la defenestrada una frase recurrente: «Te creías muy lista, ¡eh!»; «Tú ya no cantas más»; «Estarás mejor en el plato que en el regato». Incluso a una de gran tamaño, clavándola las tijeras con saña, le dijo: «Esto te pasa por ser tan bocazas como mi padre».

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Fotografía del autor.

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