PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (76)
CAPÍTULO XI
La Tertulia
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Cerca de la plaza de la Universidad, Daniel me sorprendió con una
invitación sorprendente:
―Acompáñame a casa. Quiero mostrarte aquello que supuso un verdadero
obstáculo antes de dar el paso definitivo y comunicar al Padre Oquendo mi
vocación.
En su casa, en aquellos momentos deshabitada, Daniel, muy desenvuelto y
seguro de lo que iba a hacer, me condujo a su cuarto y me mostró de nuevo su
colección de soldaditos de plomo, perfectamente alineados en una de las
estanterías, y las mariposas, soportando estoicamente el alfiler que las
mantenía sujetas a su soporte de corcho.
―Te puede parecer una gran tontería, pero estas pequeñeces ―dijo
señalando a los soldaditos y a las mariposas― me impidieron por un tiempo
decidirme a abrazar mi vocación. Suponían para mí horas y horas dedicadas a
ellas, y sentía un nudo en la garganta cada vez que imaginaba desprenderme de
su compañía. Hoy quiero deshacerme de todo afecto material, para que su
recuerdo no me invada de nostalgia. Me harías un gran favor aceptándolas como
regalo. He pensado en tu hermano Tinín, para que juegue con los soldaditos, y
para ti he reservado las mariposas. Siento no darte también el violín, pero el
Padre Oquendo me ha dicho que con él puedo amenizar las eucaristías en el
noviciado. También quiero que tu hermana Margarita tenga un recuerdo mío. Dale
este libro de “Las Cien Mejores Poesías de la Lengua Castellana”. Su lectura la
aliviará del enorme vacío que siente. Es un regalo que, conociendo tu afición
por la poesía, querrá compartir contigo.
En dos grandes bolsas realicé el transporte de los encargos hasta mi
casa. El peso soportado no era pequeño, pero caminaba alegre, sabiendo que por
primeras vez hacía un favor a Daniel, librándole de la carga que durante un
tiempo constituyó el obstáculo más importante para entregarse a Dios.
Tinín saltó de alegría cuando descubrió la enorme cantidad de soldados
que, como caídos del cielo, aumentaban su arsenal de juguetes. Margarita apretó
contra su pecho, el libro de poesías e hizo propósito de agradecer
personalmente a Daniel su bello gesto. Y yo, me quedé con las cajas de
mariposas, observando cómo mostraban la belleza de sus alas, pese a estar
inertes y atravesadas por dardos metálicos que las fijaban al corcho. En cierta
manera, ellas representaban mis ansias de volar con mi poesía lejos del
ambiente que me ahogaba, pero de momento, la férrea actitud de mi padre era el
aguijón que me sujetaba a sus absurdas decisiones y que me obligaría a tener
que mentirle si quería que don Julián siguiera insuflando aire a mis alas de
joven poeta.
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