jueves, 25 de marzo de 2021

 PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (76)

CAPÍTULO XI

La Tertulia

   

 

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Cerca de la plaza de la Universidad, Daniel me sorprendió con una invitación sorprendente:

―Acompáñame a casa. Quiero mostrarte aquello que supuso un verdadero obstáculo antes de dar el paso definitivo y comunicar al Padre Oquendo mi vocación.

En su casa, en aquellos momentos deshabitada, Daniel, muy desenvuelto y seguro de lo que iba a hacer, me condujo a su cuarto y me mostró de nuevo su colección de soldaditos de plomo, perfectamente alineados en una de las estanterías, y las mariposas, soportando estoicamente el alfiler que las mantenía sujetas a su soporte de corcho.

―Te puede parecer una gran tontería, pero estas pequeñeces ―dijo señalando a los soldaditos y a las mariposas― me impidieron por un tiempo decidirme a abrazar mi vocación. Suponían para mí horas y horas dedicadas a ellas, y sentía un nudo en la garganta cada vez que imaginaba desprenderme de su compañía. Hoy quiero deshacerme de todo afecto material, para que su recuerdo no me invada de nostalgia. Me harías un gran favor aceptándolas como regalo. He pensado en tu hermano Tinín, para que juegue con los soldaditos, y para ti he reservado las mariposas. Siento no darte también el violín, pero el Padre Oquendo me ha dicho que con él puedo amenizar las eucaristías en el noviciado. También quiero que tu hermana Margarita tenga un recuerdo mío. Dale este libro de “Las Cien Mejores Poesías de la Lengua Castellana”. Su lectura la aliviará del enorme vacío que siente. Es un regalo que, conociendo tu afición por la poesía, querrá compartir contigo.

En dos grandes bolsas realicé el transporte de los encargos hasta mi casa. El peso soportado no era pequeño, pero caminaba alegre, sabiendo que por primeras vez hacía un favor a Daniel, librándole de la carga que durante un tiempo constituyó el obstáculo más importante para entregarse a Dios.

Tinín saltó de alegría cuando descubrió la enorme cantidad de soldados que, como caídos del cielo, aumentaban su arsenal de juguetes. Margarita apretó contra su pecho, el libro de poesías e hizo propósito de agradecer personalmente a Daniel su bello gesto. Y yo, me quedé con las cajas de mariposas, observando cómo mostraban la belleza de sus alas, pese a estar inertes y atravesadas por dardos metálicos que las fijaban al corcho. En cierta manera, ellas representaban mis ansias de volar con mi poesía lejos del ambiente que me ahogaba, pero de momento, la férrea actitud de mi padre era el aguijón que me sujetaba a sus absurdas decisiones y que me obligaría a tener que mentirle si quería que don Julián siguiera insuflando aire a mis alas de joven poeta.

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