PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (77)
CAPÍTULO V
El tío Caparras
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Cuando creyó oportuno iniciarme
en la tarea, me dijo:
―Ahora es tu turno; repite lo
que has visto y que tengas suerte. Yo voy a untar con liga unas ramitas, por si
cae algún pájaro, y, mientras, voy pelando las ancas a la sombra del carrizo
―añadió, señalando el arbusto.
No recuerdo cuantos
lanzamientos realicé ni cuantas posturas adopté en muchos intentos fallidos,
intentando emular a mi primo, pero el tiempo se me hizo desesperadamente largo.
Ni una sola rana mostró interés por el trapito rojo, y eso que yo no cejaba en
mi empeño, moviendo la caña de todas las formas posibles. Cuando ya no pude
más, me dirigí hacia donde Jeremías me observaba y le dije con voz lastimera:
―Ni una. No he cogido, ni una.
―Ya lo sabía ―respondió, mi
primo―. Cuando te di la caña, sabía que en ese tramo del regato, no quedaba
ninguna.
―¡Serás cabrón…! ―dije, sin
saber exactamente qué era un cabrón.
―No te enfades ―respondió―. Lo
he hecho por tu bien. Es condición primordial que tengas paciencia si quieres
dedicarte a este oficio. Esto me lo enseñó el tío Caparras. El primer día que
vine con él a sacar ranas, me hizo la misma trastada que te he hecho a ti, con
la diferencia de que me tuvo dos horas diciéndome: «No eres hombre si te vas de
vacío al pueblo». Cuando descubrí el engaño, me cabreé mucho más que tú, pero
el tío Caparras me contentó diciéndome: «Lo que no se aprende con esfuerzo, no
sirve de nada; además, así estarás preparado para soportar las novatadas de la
mili».
―Ahora ―dijo Jeremías― vamos a
ver si ha caído algún pájaro, porque con el vientecillo que se está levantado y
lo listos que son estos bichos, puede que Rufino tenga que ir pensando en poner
otro aperitivo.
Junto al jaral, cerca de donde
mi primo había colocado las ramitas con liga, un pardal piaba desoladamente,
intentando en vano alzar el vuelo. Jeremías lo liberó con sumo cuidado,
consiguiendo no lastimarle las patas, acarició con el dedo su cabeza y dijo en
voz alta mirándole a los ojos:
―Hoy me siento magnánimo. Has
tenido suerte de caer en mis manos el día en que con las ranas tengo asegurada
Y se quedó mirando al cielo, con
la ilusa esperanza de que el ave cumpliera el encargo.
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Fotografía de María Teresa Álvarez.
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