LA
TRISTEZA
La tristeza, era esa mañana, un cielo encapotado
amenazando lluvia, dispuesto a inundar
las flores que nacieron en los surcos
de la felicidad costosamente trabajada.
Se advertía, con inusitado ímpetu, en la
mano agitada
de la despedida, premonitoriamente
definitiva...
Dolor y sentimiento pugnaban por olvidar
la fragancias que se desprendían de tu
cuerpo enamorado,
fragancias, que ahora, no recuerdo..
En la habitación que ocupábamos
flotaba, una amarga sensación de casa
abandonada,
que convertía la estancia en lúgubre
habitáculo.
Hasta nuestras caras sonrientes
en los marcos que nos encuadraban,
parecían muecas de ancianos
esperando el trágico devenir de la
muerte inexorable.
¡Qué costoso me resulta mudar
la realidad gozosa de otro tiempo
por el recuerdo y la desesperanza!
Con solo tu mirada cambiaste el curso de
mi vida y,
tal vez, el curso de toda la vida
imaginable.
Mirábamos el río, y las aguas eran de
plata;
aguas claras de un manantial
inagotable...
Ningún artista ha sido capaz de plasmar
la belleza de un atardecer, como cuando
contemplábamos
el ocaso del sol, reclinado tu cuerpo
entre mis brazos.
Esperaba, pacientemente, escucharte
para deleitarme con la música cantarina
con la que citabas los acontecimientos más banales.
A propósito fingía no entenderte para escucharlos de nuevo..
¡Cómo sentía tus latidos!
¡Qué sutilmente se entrelazaban nuestras
manos
y con qué fuerza se anudaban nuestras
almas!
Un viento seco, un sol abrasador,
marchitó la flor y la poesía.
Desperté a la realidad, sobresaltado.
¡Cómo imaginar un amor caduco, nacido
eterno!
Tras el adiós y despedida. el cielo
encapotado se desplomó
en ríos de tristeza, anegando los surcos
donde quedan
náufragas las flores ajadas de tristeza.
Triste final que ocupa mis noches en
vela,
mientras me invade la certeza segura.
de no volver a encontrar el calor de tus
labios.
Fotografía
de David Dubnitskiy.
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