AIRE ABRASADOR
Apenas se escuchaban tus respiros.
La tensa calma se extendía
como lengua de fuego abrasadora
entre el sofá de las dulces caricias,
en donde leías,
y el sillón
desde el que te contemplaba.
De vez en cuando, levantabas la vista
mirándome indiferente,
sabiendo que me herías.
Por el rabillo del ojo, te observaba.
Me pareció, que más que asimilar la escritura,
meditabas...
Un aire abrasador, penetró por la ventana
y tu cuerpo se estremeció acusando el calor
que por fuera y por dentro, te embargaba.
Cariño ¿quieres
que hablemos?—dije—.
Silencio. Una ligera variación de tu postura lectora
me indicó que había sido escuchada mi propuesta.
Me levanté para cerrar el ventanal y aproveché
el momento para deslizar la mano por tu nuca.
Una sacudida violenta derribó
el puente de amistad tendido
y, entonces, sentí una bocanada de
viento seco,
ardiente, tórrido.
Todo el ardor de la calima
traspasó los muros del salón
en el que ahora leías complaciente,
vencedora del primer asalto,
segura de que lo intentaría de nuevo,
mientras, sentado en el sillón,
con la garganta seca por el aire sofocante,
humillado, repensaba la siguiente estratagema.
Fotografía de Paqui Molina Martínez.
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