PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO
JEREMÍAS"(82)
CAPÍTULO V
El tío Caparras
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―¿Dónde has estado? ―me
preguntó Tinín, nada más llegar a casa.
―Con el primo Jeremías,
pescando ranas ―contesté.
―Joo, yo quería haber ido
―musitó lastimeramente.
―No te pongas pesadito. Ya te
llevaré la próxima vez.
Y le aparté para que no
siguiera dándome la tabarra.
Hubiera deseado ir a mi cuarto
y repensar en todo lo ocurrido durante la densa jornada, pero me sentí atraído
por la música que sonaba en el comedor.
Mi madre, en un intento de
distraer al abuelo, había colocado en la gramola un vinilo de Johann Strauss,
uno de sus compositores favoritos, y en esos momentos abanicaba al enfermo
siguiendo los compases de la «Marcha Radetzky». Al verme entrar junto a Tinín,
levantó el brazo de la gramola y me advirtió:
―Me gustaría que la próxima vez
que fueras a pescar ranas o cualquier otra actividad con Jeremías, no te
olvidaras de tu hermano. Él también tiene derecho a divertirse. No es bueno que
el niño esté todo el día con viejos.
―Descuida mamá; mañana le
llevaremos a la escuela de verano ―dije para no disgustarla.
El abuelo dio señales de vida,
removiéndose en la silla, y se dirigió a mi madre, suplicándola con un hilillo
de voz:
―Pon otra vez en marcha el
cacharro ese; quiero recordar los tiempos en que
Después, tras colocarse el
sombrero, se sinceró diciendo:
―Gracias, Consuelo, por todo lo
que haces por mí. Hacía tiempo que no pasaba una tarde tan entretenido ―y
volvió a cerrar los ojos, mientras una lágrima surcaba su mejilla.
Observando la frágil figura del
abuelo, me costaba trabajo imaginármelo bailando con la abuela «hasta quedar agotados»
o cantando gregoriano tras el tío Caparras,
mientras se burlaba de lo más sagrado. Entonces recordé lo que él mismo dijo
días atrás: «Constantino González: quién te ha visto y quién te ve», y me
invadió una pena infinita.
Fin
del Capítulo
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