PASAJES DE "CÉCILE.
AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (84)
CAPÍTULO
XII
La Tolerancia
El
mes de julio se anunciaba incierto en cuanto al destino de nuestras vacaciones.
Descartada la posibilidad de veranear en Zarautz, y con Margarita próxima a
viajar a Medina del Campo, mi padre, dadas las circunstancias, optó por romper
con la tradicional escapada veraniega y decidió que lo mejor sería no abandonar
la capital ese año. Desde la silla presidencial que ocupaba en el comedor
durante las comidas, nos hizo saber, con su habitual elocuencia barroca, cuán
duro le resultaba tomar tan drástica decisión:
―Vosotros,
los hijos, nunca llegaréis a comprender el enorme sacrificio que supone para
los padres el hecho de traeros a este mundo. Desde el nacimiento estamos
preocupados por vuestra educación y el alimento que debemos daros, sin que
nunca esperemos recibir nada a cambio, y para muestra un botón ―dijo, con cara
de circunstancias―. Después de un año de ímprobo trabajo en la notaría, veo que
no voy a poder disfrutar este verano de unos días de asueto. Tendré que
contentarme con el frescor del Pisuerga o del estanque del Campo Grande, en vez
de gozar de la temperatura menos extrema de la costa cantábrica ―concluyó
diciendo, atusándose nerviosamente el bigote con la mano y con la vista
perdida, como si en aquel momento estuviera viendo batir las aguas marinas.
―A
lo mejor no es preciso tener que renunciar a tanto ―admitió, mi madre―.
Podíamos alquilar por unos días una casita en un lugar cercano de la Montaña
Palentina, donde pudieras reponerte del trajín que te agobia. El resto del
verano, entre visitar a Margarita y a algunos de nuestros amigos que nos han
invitado a sus chalets del Pinar de Antequera, se nos pasaría el mes de agosto
sin acusar en exceso su rigor.
―Querida
Consuelo: sabes muy bien que no me gusta ir de gorroneo a las posesiones de
nuestros amigos del Círculo de Recreo. ¿Qué pensarían de un individuo de mi
posición social, y ahora de mi apellido, que no pudiera corresponder a su
invitación mostrándoles una propiedad de características similares a las suyas?
Mi alcurnia y la de mi familia saldrían muy mal paradas. Es preferible
desaparecer una temporada de la ciudad, como dices, sin dar más explicaciones
acerca de nuestro destino. ¿Quién sabrá si hemos estado en una modesta casita
de agricultores o en el más lujoso balneario de Biarritz? Ya me encargaré yo de
que tanto Tinín como tata Lola, mantengan la boca cerrada. Y tú ―dijo,
dirigiéndose a mí―, no creo que seas tan papanatas que vayas dejando con tus
cartitas de amor el rastro del lugar en donde veraneemos.
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