jueves, 23 de diciembre de 2021

 

PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (84)  

 

 

CAPÍTULO XII

La Tolerancia

 

El mes de julio se anunciaba incierto en cuanto al destino de nuestras vacaciones. Descartada la posibilidad de veranear en Zarautz, y con Margarita próxima a viajar a Medina del Campo, mi padre, dadas las circunstancias, optó por romper con la tradicional escapada veraniega y decidió que lo mejor sería no abandonar la capital ese año. Desde la silla presidencial que ocupaba en el comedor durante las comidas, nos hizo saber, con su habitual elocuencia barroca, cuán duro le resultaba tomar tan drástica decisión:

―Vosotros, los hijos, nunca llegaréis a comprender el enorme sacrificio que supone para los padres el hecho de traeros a este mundo. Desde el nacimiento estamos preocupados por vuestra educación y el alimento que debemos daros, sin que nunca esperemos recibir nada a cambio, y para muestra un botón ―dijo, con cara de circunstancias―. Después de un año de ímprobo trabajo en la notaría, veo que no voy a poder disfrutar este verano de unos días de asueto. Tendré que contentarme con el frescor del Pisuerga o del estanque del Campo Grande, en vez de gozar de la temperatura menos extrema de la costa cantábrica ―concluyó diciendo, atusándose nerviosamente el bigote con la mano y con la vista perdida, como si en aquel momento estuviera viendo batir las aguas marinas.

―A lo mejor no es preciso tener que renunciar a tanto ―admitió, mi madre―. Podíamos alquilar por unos días una casita en un lugar cercano de la Montaña Palentina, donde pudieras reponerte del trajín que te agobia. El resto del verano, entre visitar a Margarita y a algunos de nuestros amigos que nos han invitado a sus chalets del Pinar de Antequera, se nos pasaría el mes de agosto sin acusar en exceso su rigor.

―Querida Consuelo: sabes muy bien que no me gusta ir de gorroneo a las posesiones de nuestros amigos del Círculo de Recreo. ¿Qué pensarían de un individuo de mi posición social, y ahora de mi apellido, que no pudiera corresponder a su invitación mostrándoles una propiedad de características similares a las suyas? Mi alcurnia y la de mi familia saldrían muy mal paradas. Es preferible desaparecer una temporada de la ciudad, como dices, sin dar más explicaciones acerca de nuestro destino. ¿Quién sabrá si hemos estado en una modesta casita de agricultores o en el más lujoso balneario de Biarritz? Ya me encargaré yo de que tanto Tinín como tata Lola, mantengan la boca cerrada. Y tú ―dijo, dirigiéndose a mí―, no creo que seas tan papanatas que vayas dejando con tus cartitas de amor el rastro del lugar en donde veraneemos.

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