jueves, 16 de diciembre de 2021

 

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (84)

 

 





CAPÍTULO VI

El cursillo de verano

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Cuando creyó que era el momento adecuado, cerró la tapa de su reloj, lo introdujo con cuidado en el bolsillo de la chaqueta y comenzó a decirnos:

―Hoy quiero hablaros de un hecho que, seguramente, debido a vuestra juventud, todavía no habéis tomado plena conciencia de su importancia. Se trata de que somos: es-pa-ño-les ―recalcó esta palabra accionando con la mano derecha al pronunciar cada sílaba, y continuó diciendo―: Podíais haber nacido en cualquier lugar del mundo, pero la fortuna ha querido que vierais la luz en la nación más gloriosa de la Tierra. La historia de nuestra patria ha estado siempre jalonada de grandes gestas, comenzando por la expulsión de los sarracenos, que consolidó nuestra unidad, se continuó con el descubrimiento de América y su posterior colonización y con tantas y tantas batallas en las que nuestros soldados han llevado junto a la espada, la cruz, símbolo de la fe que profesamos y que han hecho llegar el conocimiento del Dios verdadero a países muy alejados del nuestro, como Cuba o Filipinas. Esta gloriosa historia se ha ennoblecido, más si cabe, hace tan sólo unos años, con la victoria sobre los infieles comunistas que pretendían destruir lo que tan costosamente habíamos atesorado los españoles a lo largo de los años, hasta conseguir hoy día ser la reserva espiritual de Occidente. Y todo, ¿gracias a quién? ―peguntó.

Uno de los mayores, al que sin duda resultaba familiar este discurso, contestó después de levantar la mano:

―Gracias a Franco, don Lucio.

―¡Efectivamente! Nuestro Caudillo es la persona que la Providencia nos ha enviado para salvar a la Patria del desastre y de la decadencia moral en la que se encontraba. La importancia de su legado en la historia de España sólo es comparable a la de los Reyes Católicos por cuanto ha conseguido hacer que nuestra nación sea: UNA, GRANDE Y LIBRE ―dijo, alzando la voz―. Este hombre, dotado de cualidades sin igual, es el ejemplo vivo que como modelo tenemos todos los españoles para alcanzar, junto a él, cotas inimaginables de paz y bienestar.

Don Lucio sacó un pañuelo del bolsillo y se lo pasó por la frente para eliminar las gotas de sudor que la perlaban, en un rostro totalmente enrojecido.

―Perdonad si me embarga la emoción hablando del Caudillo ―dijo, mientras de paso limpiaba también las gafas.

 ¿Necesitáis que os aclare algún hecho en torno a la figura de tan insigne benefactor? ―preguntó, para tomarse unos instantes de descanso.

―¿Es cierto que a Franco se le aparecía una luz muy grande en el cielo cuando comenzaba una batalla? ―preguntó un chaval pelirrojo, con la inocencia dibujada en el rostro.

Todos los muchachos nos reímos por la ocurrencia del compañero.

―Es Juanito, el hijo del Entrepierna ―me aclaró por lo bajines, Jeremías―. Ese chico cada día está más tonto.

―¡Silencio! ―reclamó, don Lucio―. Quizás, Juanito, te estás confundiendo con lo ocurrido en la célebre batalla de Clavijo, cuando el apóstol Santiago, se apareció a las huestes cristianas montando en un hermoso corcel blanco, haciendo posible con su presencia la derrota del Islam. Del Generalísimo no consta ningún testimonio escrito que hable de un acontecimiento tan excepcional, sin embargo, no sería difícil admitir que un hecho similar se hubiera podido producir, teniendo en cuenta que, en muchas ocasiones, el ejército rojo era superior en número al ejército nacional y fueron derrotados por nuestro Caudillo con la ayuda inestimable del brazo incorrupto de Santa Teresa.

―¿Del brazo qué…? ―preguntó otro muchacho.

Viendo que la charla tomaba derroteros imprevistos, don Lucio decidió cortar el turno de preguntas.

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