jueves, 21 de abril de 2022

 

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (87)

 

 

 

 

CAPÍTULO VI

El cursillo de verano

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Y como si don Matías no sintiera la necesidad de alargarse en más explicaciones, colocando suavemente su mano en la espalda de mi primo, nos acompañó hasta la trasera de la huerta, despidiéndonos con un recurrente:

―Hasta mañana, si Dios quiere.

Al volver la cabeza para responderle, vimos a Jesusa, el ama de don Matías, sirviendo un vaso de limonada a don Lucio, que descansaba bajo la higuera, masajeando el caballete de la nariz, intentando recuperar así el riego sanguíneo de esa zona.

Camino de casa, tuvimos que andar soportando el peso de varias piedras en los bolsillos, además de las que contenían nuestros sombreros de paja, utilizados como improvisados canastos. Aprovechando que Tinín se nos adelantó al divisar la casa del abuelo, Jeremías, que rumiaba la contestación de don Matías, no pudo por menos de desahogarse:

―¿Te has dado cuenta qué cara más dura tienen estos tíos? El discurso de don Lucio me lo sé de memoria, y siempre se las apaña para terminar haciendo dibujitos con las piedras, que luego nos obliga a cargar con ellas. Con obreros gratis, se hacen muy bien las faenas del campo; ya verás cuando acabe el verano, cómo a nuestra costa, la huerta estará más lisa que una patena, y en cuanto a don Matías, todavía está porque me invite algún año a comer higos. Cuando en octubre le pido alguno, siempre encuentra una disculpa: que si se los comen los pájaros… que si se estropearon el día de la tormenta… que si los toma Jesusa para ir al servicio… sabiendo como sabe que no tengo higueras y que mis padres no tienen dinero para comprar esa fruta. Ojalá un día, los higos le den una cagalera y se dé cuenta de que tiene que compartir ―hizo una pausa para encontrar el fundamento de su lamento, recordando otra vez el trabajo realizado en la huerta―. ¡Mira que hacernos recoger cantos a pleno sol toda la mañana! Te lo dije el otro día: el buen profesor enseña sin esperar nada a cambio, como hago yo contigo. Me fastidian los aprovechados y me molestan más si encima se trata de gente con estudios o con hábitos. Varias veces me ha dicho el tío Caparras que cuando sea mayor, aunque tenga muchos defectos, jamás me aproveche de los que son menos que yo, porque lo último de este mundo es ser un explotador.

Como lo de «explotador» ya lo había dicho otra vez refiriéndose a mi bisabuelo Damián, no pude por menos de defenderme contraatacando.

 ―El día de mañana nadie sabe si seremos o no explotadores, y menos tú, que sueñas con ser un jefazo y mandar a mucha gente ―dije, y luego, acordándome de un refrán oído en casa, sentencié―: «No digas nunca: de esta agua no beberé».

―Pues ese refrán, por lo menos con mi padre, no se cumple, porque jamás bebe agua ―dijo Jeremías, mosqueado―. De todas formas, ya parece, por la forma en la que me contestas, que estando a mi lado te vas despabilando.

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