ALCANZAR EL ESTRELLATO
Tenía señalado en el calendario el día veintisiete,
como una fecha clave para el devenir de su carrera profesional como actriz. Jim
Croswell, un amigo norteamericano al que conoció hacía tan solo unos semanas,
le puso sobre aviso de que una productora de su país estaba descubriendo nuevos
talentos cinematográficos que pudieran encajar en una nueva película de corte romántico
y título aún por determinar.—"Puedes tener tu oportunidad. Eres una joven
que desprende glamur por los cuatro costados"—le dijo. Animada por estas
palabras y porque Jim decía ser ayudante de dirección, con mucha influencia
para que los evaluadores fijaran en ella su atención, decidió ponerse en sus
manos y hacer caso de todas sus indicaciones. Desde el primer momento, Jim se
preocupó de hablarle continuamente en inglés corrigiendo cuantos fallos cometía
Marina en un idioma cuyos conocimientos no superaban el nivel básico.
La aspirante a actriz se pasaba las tardes
declamando una y otra vez, pasajes de wésterns en versión original para que su
pronunciación tuviera aires americanos. Las mañanas estaban copadas por Jim,
que además de hablar continuamente en su idioma, le enseñaba las diferentes
forma de abrazar y de besar, cuestiones, según él, sumamente necesarias si
pasaba la primera prueba oral y se viera en la necesidad de afrontar escenas
mudas de alta voluptuosidad.
Cuando llegó el día veintisiete, Marina acudió
ilusionada a la cita vistiendo una ajustada blusa y unos vaqueros y tuvo que
hacer cola durante bastante tiempo hasta que llegó su turno. Lucía sobre el
pecho el número 325, pero no se desanimó por este hecho porque veía pasar otras
aspirantes con guarismos más elevados. En la prueba no tuvo que pronunciar
palabra alguna, tan solo le hicieron unas fotos, le agradecieron su presencia y
le dieron un folleto en el que ponía que en veinticuatro horas, las quince que
hubieran pasado la prueba de fotogenia tendrían la oportunidad de hacer la
declamación interpretativa.
Al día siguiente comprobó que su número no figuraba
seleccionado y, por teléfono, le preguntó a Jim que si no sabía el jurado que
ella era la 325. El joven se sinceró y le dijo que había corrido la misma
suerte que la 137 y la 498, muchachas a las que él había estado preparando como
a ella, en jornadas agotadoras de tarde y noche.
Con lágrimas en los ojos y la desilusión
enrabietándole el alma, Marina recibió la primera lección, de que para llegar
al estrellato, no había que fiarse de
nadie. La almohada sobre la que lloraba, a duras penas aguantó el zarandeo y no
pudo responder, cuando escuchó preguntar a la candidata, qué precio habrían
tenido que pagar las otras opositoras para poder pasar a la siguiente fase.
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