domingo, 29 de mayo de 2022

 

ALCANZAR EL ESTRELLATO

 



Tenía señalado en el calendario el día veintisiete, como una fecha clave para el devenir de su carrera profesional como actriz. Jim Croswell, un amigo norteamericano al que conoció hacía tan solo unos semanas, le puso sobre aviso de que una productora de su país estaba descubriendo nuevos talentos cinematográficos que pudieran encajar en una nueva película de corte romántico y título aún por determinar.—"Puedes tener tu oportunidad. Eres una joven que desprende glamur por los cuatro costados"—le dijo. Animada por estas palabras y porque Jim decía ser ayudante de dirección, con mucha influencia para que los evaluadores fijaran en ella su atención, decidió ponerse en sus manos y hacer caso de todas sus indicaciones. Desde el primer momento, Jim se preocupó de hablarle continuamente en inglés corrigiendo cuantos fallos cometía Marina en un idioma cuyos conocimientos no superaban el nivel básico.

La aspirante a actriz se pasaba las tardes declamando una y otra vez, pasajes de wésterns en versión original para que su pronunciación tuviera aires americanos. Las mañanas estaban copadas por Jim, que además de hablar continuamente en su idioma, le enseñaba las diferentes forma de abrazar y de besar, cuestiones, según él, sumamente necesarias si pasaba la primera prueba oral y se viera en la necesidad de afrontar escenas mudas de alta voluptuosidad.

Cuando llegó el día veintisiete, Marina acudió ilusionada a la cita vistiendo una ajustada blusa y unos vaqueros y tuvo que hacer cola durante bastante tiempo hasta que llegó su turno. Lucía sobre el pecho el número 325, pero no se desanimó por este hecho porque veía pasar otras aspirantes con guarismos más elevados. En la prueba no tuvo que pronunciar palabra alguna, tan solo le hicieron unas fotos, le agradecieron su presencia y le dieron un folleto en el que ponía que en veinticuatro horas, las quince que hubieran pasado la prueba de fotogenia tendrían la oportunidad de hacer la declamación interpretativa.

Al día siguiente comprobó que su número no figuraba seleccionado y, por teléfono, le preguntó a Jim que si no sabía el jurado que ella era la 325. El joven se sinceró y le dijo que había corrido la misma suerte que la 137 y la 498, muchachas a las que él había estado preparando como a ella, en jornadas agotadoras de tarde y noche.

Con lágrimas en los ojos y la desilusión enrabietándole el alma, Marina recibió la primera lección, de que para llegar al estrellato,  no había que fiarse de nadie. La almohada sobre la que lloraba, a duras penas aguantó el zarandeo y no pudo responder, cuando escuchó preguntar a la candidata, qué precio habrían tenido que pagar las otras opositoras para poder pasar a la siguiente fase.

 Fotografía de David Dubnitskiy

 

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