AMANECER
Era de noche, yacía muerto.
Abrí los ojos y contemplé,
de repente, el muro de ladrillo
brillante, resplandeciendo ante mis ojos.
Escuché el cadencioso vibrar
de las hojas agitándose,
como la primera vez,
como el primer momento en el que fui consciente
de tu existencia
después de una eternidad de siglos
o de segundos, esperándote.
La sangre golpeaba mis sienes
con una pujanza desconocida hasta entonces.
En la oscuridad, se ofrecieron ante mí
todos los manjares de este mundo,
sumisos, complacientes, prestos a ser devorados,
agradecidos por incorporar
su sustancia a mi existencia.
Trinaban al unísono las aves del paraíso
haciendo del gorjeo el marco musical
con que comienza la vida de un resucitado.
No hay amaneceres funestos para el hombre
amnistiado de la muerte ni para el que sueña
con el amor y bebe ¡por fin! del manantial
inagotable de los labios de su amada.
Al alba me muevo alado, ingrávido,
sin lastre, espectador privilegiado de las rosas
y de las fuentes del arco triunfal
con el que me reciben sonrientes las ninfas
que yacían olvidadas en el recuerdo amargo
de la sentencia fatal.
Y mientras me complazco con el gozo
de la nueva vida,
una luz azulada dibuja
en la pared, la silueta de un reloj
que comienza a contar el tiempo.
Amanece, porque estaba muerto y he resucitado.
Fotografía de Santos Pintor
Galán.
Bellísima descripción del encuentro amoroso. Me encanta tu poesía. 👏👏👏👏👏
ResponderEliminarLinda
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