PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN
POETA"(100)
CAPÍTULO X
La Ambición
El curso se reinició sin que tuviera oportunidad de contactar antes con
Cécile. Tan pronto como vi a Daniel en clase, le pregunté por ella, y obtuve la
explicación de por qué mis continuas llamadas telefónicas del fin de semana, no
obtuvieron respuesta: Madame Stéphanie, deseosa de pasar unos días lejos de la
ciudad y queriendo conocer alguna otra que fuera famosa también por su Semana
Santa, después de sopesar varias opciones, animó a su familia a dirigir sus
pasos hacia Cuenca, de donde había obtenido información muy positiva a través
de folletos explicativos recogidos en la Oficina de Turismo. De inmediato se
interesó por conocer la procesión llamada “Camino del Calvario” o de “Las
Turbas”, que la propaganda describía como única en España. De paso,
aprovecharían la estancia para conocer “La Ciudad Encantada” y también para
descubrir la rica gastronomía de la zona. Me sentí satisfecho al saber que,
durante el tiempo vacacional, Cécile, había estado alejada de la ciudad y, por
tanto, sin posibilidad de relacionarse con nuestros amigos comunes. Al poco,
cuando recapacité sobre lo que acababa de pensar, me di cuenta de los
injustificados celos, que en ocasiones trastocaban mi pensamiento hasta el
punto de que, sin motivo alguno, aflorara en mí la melancolía, ése intangible
mal que tanto daño me causaba y al que trataba de combatir con las armas del
amor correspondido, aunque, por el momento, no fuera capaz de alejarla definitivamente
de mí: me faltaba determinación para cortar de raíz los inconsistentes
fundamentos con que la sostenía.
Todo mi ser vibró emocionado aquella mañana de sábado cuando llamé al
timbre de los Casarell-Dupont, dispuesto a recibir mi clase de francés. Estaba
esperanzado con la posibilidad de poder ver a Cécile y saludarla. Y así
sucedió... Percibí primero el retumbar de sus saltarines pasos sobre la tarima,
antes de que me franqueara la puerta y se abalanzara sobre mí para abrazarme y
besarme con cierta precipitación, temerosa de que alguien de su familia
apareciera de improviso. “¡Mamá, mamá, ha llegado Álvaro!” anunció,
introduciéndome en el salón.
Madame Stéphanie me recibió con
la delicadeza acostumbrada, y tras abrazarme, creyó oportuno no impartir clase
aquel día, cediendo el protagonismo a su hija. Nos dejó a solas en la estancia
mientras ella desaparecía, pretextando una jaqueca que me pareció
ocasionalmente inventada.
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Me encantó, lindo y esperado encuentro.
ResponderEliminarYo también quedo encantado con tu bello comentario. Agradecido, te envío un fuerte abrazo.
EliminarY durante todo el tiempo que debía de haber durado la clase, el corazón de Álvaro estuvo a 140 pulsaciones, a punto del infarto....
ResponderEliminarUn abrazo y feliz fin de semana.
Creo que así sería, amable comunicante, pues ya sabes que el corazón de los enamorados tiene latidos incontrolados. Feliz fin de semana. Saludos.
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