PASAJES DE”LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS” (107)
CAPÍTULO VII
Se acerca la
Fiesta
……………………
Puede
que la camisa a cuadros que vestía aquella tarde Jeremías fuera la de «pon»,
porque, aunque remendada, tenía los colores más vivos que la de «quita» de por
Con la barriga repleta tras zamparse las almendras
garrapiñadas del Tío Catorce, no dudó en aceptar también las mías, según la
estratagema prevista, y sin esforzarse «ayudó» a Tinín, ventilándose buena
parte del algodón caramelizado del pequeño.
―No se me está dando mal la tarde ―comentó,
llevándose la mano al vientre―; y esto es sólo el principio, porque cuando
llegue mi tío voy a dejar los puestos temblando.
Imaginando los puestos sin existencias, Jeremías
estuvo a un tris de tropezarse con un muchacho que, sentado en el bordillo, se
deleitaba aspirando el humo de un cigarrillo. Al verle, le esquivó, saludándole
campechanamente con una pregunta que era una obviedad:
―Chimenea, maricón, ¿qué estás haciendo?
A lo que el Chimenea respondió, sacudiendo la ceniza
del cigarro:
―Joder, ¿no lo ves? Estoy fumando y haciendo tiempo
hasta que lleguen los de «la pedida».
―¡Anda, mi madre! ¡Es verdad! ―dijo Jeremías,
llevándose las manos a la cabeza―. Estaba entretenido comprando almendras a mis
primos y no me he acordado que ya es la hora de «la pedida». ¡En qué estaría
pensando!
Y se despidió de su amigo con un apresurado:
―Hasta luego, Chimenea, ya nos veremos.
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