FABÚLA DE LOS VEGETALES SOLIDARIOS.
Un famoso arquitecto tuvo la genial idea de adornar
con árboles y arbustos de diferentes especies, el espacio central que separaba
la iglesia, de un convento de frailes. Ambas estructuras diseñados por él,
habían recibido un importante premio por su avanzado concepto arquitectónico.
Sobre dos parterres situados a izquierda y derecha
de la puerta del convento, mandó plantar especies tan diversas y, según él, tan
armónicamente complementarias, como un magnolio, un peral, un carrizo de la
pampa y un abeto en el lado izquierdo; situando en el lado derecho, plantones
de bambú, acebo, el árbol del amor y un bello ejemplar de secuoya.
Entre ambos jardines se situaba un pequeño estanque
alimentado por una semioculta fuente que mantenía constante el nivel del agua.
El estanque poseía una pequeña extensión de tierra firme. Allí, el insigne
arquitecto indicó que debía crecer un sauce llorón, que dotaría al conjunto de
singular belleza.
Todos los vegetales fueron creciendo a su ritmo,
pero el sauce lo hizo a mayor velocidad, de manera que, en pocos años, adquirió
gran altura, descolgándose sus ramas en una maravillosa cabellera verde que por
sí sola llenaba el espacio central y constituía el foco de atención de cuantos
visitaban el convento. Consciente de su esplendor y ensoberbecido por esta
circunstancia, el Salix babylónica se
reía de las especies vecinas a poco que el aire moviera cadenciosamente sus
ramas.
Sin embargo, una extraña enfermedad hizo que al
arrogante sauce tuvieran que cortarle la mayor parte de las ramas hasta
reducirlo a un pequeño tocón que apenas emergía del agua y del que brotaban
unas pocas ramificaciones. Durante este penoso proceso, sus vecinos vegetales,
lejos de alegrarse de su desgracia le ofrecían el resguardo de sol y del
viento, en la medida de sus posibilidades, a la espera de que el disminuido
sauce recuperase la frondosidad primitiva.
MORALEJA: Muéstrate solidario con los que estén
pasando malos momentos, a pesar de que estos te hayan ofendido.
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