PASAJES DE “ LAS
LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS” (17)
CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo
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No
tardaron en bajar a desayunar mis padres, un tanto cariacontecidos. Por su aspecto deduje que se
encontraban contrariados, sobre todo mi padre, que al tiempo que untaba con
mantequilla unas rebanadas de pan, dirigiéndose a Petra, le ordenó:
―Tienes
que hablar cuanto antes con un carpintero. A pesar de haberlo intentado esta
noche varias veces, me ha sido imposible cerrar por completo la puerta de
nuestra habitación, y como puedes comprender, ¡así no hay quien tenga intimidad!
―No
creo que el carpintero quiera hacerse cargo de estas pequeñeces ―respondió
Petra―; se lo diré a Cosme, el de la
mueva no se mesa: es un chico que entiende de todo.
―Díselo
a quien quieras, pero la puerta tiene que estar arreglada al mediodía ―concluyó
mi padre, con la autoridad de un Mariscal de Campo, mientras mi madre, mirándole
de soslayo, no comprendía las urgencias de su marido.
En el
pueblo, raro era el individuo o la familia que no tuviera mote o apodo. Unos se
lo habían ganado a pulso personalmente, como el mecagüen de mi tío Mariano; otros, como nuestro mulero, eran herencia de los
antepasados, pero nunca había oído un mote tan largo como el de la mueva
no se mesa que ostentaba el arregla todo del pueblo. No le sorprendió a
Petra que, curioso, preguntara sobre el origen de tan singular apodo, y la mujer,
sin dejar su tarea en el fregadero, accedió a contarnos la historia, esta vez
sonriendo.
―Fue
hace tan solo unos años ―comenzó a decir―, cuando Cosme se encontraba en el bar
intentando arreglar la cojera de una mesa y se le ocurrió decir: «con un
pequeño calzo en esta pata conseguiré que la mueva no se mesa» y aunque al
darse cuenta del yerro, inmediatamente se desdijo aclarando «quise decir, para
que la mesa no se mueva»; fue demasiado tarde, porque las carcajadas de los que
miraban atrajeron la atención del resto de la clientela, que sin ponerse de acuerdo, entre risas y
aspavientos, celebraron allí mismo el segundo bautizo de Cosme. Asín son las
cosas en los pueblos ―prosiguió Petra―; yo misma soy Petra la
Tunanta porque siendo muy niña, un domingo que me
encontraba jugando en la calle, mi
madre, asomándose a la ventana, me gritó: «Petra, no seas tunanta y ven a
peinarte, que ya han dado las todas y llegamos tarde a misa». A Mercedes, la Busca
novios, que pasaba por allí toda
emperifollada, le faltó tiempo para contar la anécdota y hacerme de por vida la
puñeta. ¡La muy pelleja…!
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