PASAJES DE "CÉCILE.AMORÍOS Y MELANCOLÍAS..." (19)
CAPÍTULO III
La Prepotencia
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Después, se acomodó en el asiento y
cerró los ojos, pretextando:
―Es posible que no hable durante unos
momentos, porque necesito meditar. Aún tengo que perfeccionar la estrategia a
seguir con el veterinario. Me temo que ese individuo, a pesar de tener carrera,
después de estar viviendo tanto tiempo en el pueblo, habrá aprendido todas las
mañas y malas artes de los lugareños, y debo saber cómo hacerle frente.
Al poco tiempo comenzaron a sonar sus
ronquidos. Félix, volviendo la cara, me guiñó un ojo balanceando la cabeza, se
caló la gorra y siguió conduciendo en silencio.
En las curvas de la carretera,
kilómetros antes de alcanzar Coreses, el vaivén del coche despertó a mi padre,
que se lamentó de no haber disfrutado con la visión de Toro, lo cual no le
impidió hacer un panegírico de esta noble villa:
―Toro es una ciudad famosa desde que,
hace siglos, las huestes de los Reyes Católicos dieron buena cuenta de los
seguidores de Juana la Beltraneja. Pero es además hermosa por sus monumentos.
Además de la Colegiata y su famosísimo Pórtico, posee un conjunto inigualable
de iglesias y casas solariegas de estilo mudéjar. Me hubiera gustado pararnos
para que observaras el Arco del reloj ―me dijo―, pero, a veces, tiene uno
tantas cosas en la cabeza... ¡Ah, se me olvidaba! Aquí vivió un primo de tu
abuelo, que siempre nos mandaba, por carnavales, una barrica de un vino excelente
de un color rojo subido y un poco áspero, pero que en boca dejaba un regusto
especial... ¡Qué tiempos aquellos!... ¡Y no hay que olvidarse de su huerta! Las
verduras más tiernas de Zamora proceden de su vega. Por si fuera poco...
Mi padre no dejó de contar maravillas
de Toro, de Coreses y de todo lo que atisbaba a través del cristal.
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