jueves, 24 de agosto de 2017

PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (37)
CAPÍTULO V
La Acogida

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Completamente repuesto, entablé conversación con madame Stéphanie, respondiendo a la pregunta que había quedado en el aire:
―De momento, tenemos que hacer planes para ver qué lugares de la ciudad son los más interesantes para visitar, pues el novio de Margarita, mi hermana mayor, llegará en unos días. Precisamente venía a hablar con Daniel acerca de esta cuestión.
―No te será difícil encontrar museos y monumentos maravillosos ―argumentó la anfitriona―. Esta ciudad conserva todavía la huella de un pasado glorioso. Y por si fuera poco, hay rincones con mucho sabor y enormemente románticos.
La charla se continuó no menos de media hora, intercambiando opiniones sobre los temas más diversos. Charlotte y su madre se disputaban la palabra. Daniel y yo respondíamos cuando podíamos con frases más cortas; en cambio, Cécile permanecía en silencio, observándonos. Hasta este hecho, que contrastaba con la insulsa locuacidad de Arancha, era para mí un factor atrayente.
Casi al final, cuando Daniel me instaba a que fuera con él a su cuarto, madame Stéphanie me dijo solícita:
―No tengas ningún reparo en consultarme cualquier duda que tengas con el francés. Me haces un favor, porque así recuerdo la gramática, que la tengo un tanto olvidada. ¡Ah! y en lo sucesivo llámame simplemente Stéphanie, así me sentiré un poquitín más joven ―sonrió.
Cuando salí del salón, tuve la impresión de haber vivido unos momentos maravillosos e imborrables en mi existencia. A ello contribuyó la educación y el elegante porte de mis anfitriones, que .me habían hablado como un adulto, siendo la primera vez que me trataban así, lo que me hizo sentirme importante. También tuvo que ver, por qué no, la decoración de la estancia, con divanes y muebles auxiliares estratégicamente diseminados y coronados de búcaros de porcelana, cuando no de marcos de plata o de lámparas de sobremesa; el piano, adosado a la pared, cerca de la ventana, me agradó especialmente. Todo, absolutamente todo, desprendía buen gusto y glamour. Pero por encima de cualquier consideración, la presencia de Cécile fue clave para que aquella tarde resultara inolvidable. Algo dentro de mí me decía que la sensación era recíproca. Hay miradas que no engañan.


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