PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN
POETA" (37)
CAPÍTULO
V
La Acogida
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Completamente
repuesto, entablé conversación con madame Stéphanie, respondiendo a la pregunta
que había quedado en el aire:
―De
momento, tenemos que hacer planes para ver qué lugares de la ciudad son los más
interesantes para visitar, pues el novio de Margarita, mi hermana mayor,
llegará en unos días. Precisamente venía a hablar con Daniel acerca de esta
cuestión.
―No
te será difícil encontrar museos y monumentos maravillosos ―argumentó la
anfitriona―. Esta ciudad conserva todavía la huella de un pasado glorioso. Y
por si fuera poco, hay rincones con mucho sabor y enormemente románticos.
La
charla se continuó no menos de media hora, intercambiando opiniones sobre los
temas más diversos. Charlotte y su madre se disputaban la palabra. Daniel y yo
respondíamos cuando podíamos con frases más cortas; en cambio, Cécile
permanecía en silencio, observándonos. Hasta este hecho, que contrastaba con la
insulsa locuacidad de Arancha, era para mí un factor atrayente.
Casi
al final, cuando Daniel me instaba a que fuera con él a su cuarto, madame
Stéphanie me dijo solícita:
―No
tengas ningún reparo en consultarme cualquier duda que tengas con el francés.
Me haces un favor, porque así recuerdo la gramática, que la tengo un tanto
olvidada. ¡Ah! y en lo sucesivo llámame simplemente Stéphanie, así me sentiré
un poquitín más joven ―sonrió.
Cuando
salí del salón, tuve la impresión de haber vivido unos momentos
maravillosos e imborrables en mi existencia. A ello contribuyó la educación y
el elegante porte de mis anfitriones, que .me habían hablado como un adulto,
siendo la primera vez que me trataban así, lo que me hizo sentirme importante.
También tuvo que ver, por qué no, la decoración de la estancia, con divanes y
muebles auxiliares estratégicamente diseminados y coronados de búcaros de
porcelana, cuando no de marcos de plata o de lámparas de sobremesa; el piano,
adosado a la pared, cerca de la ventana, me agradó especialmente. Todo,
absolutamente todo, desprendía buen gusto y glamour. Pero por encima de
cualquier consideración, la presencia de Cécile fue clave para que aquella
tarde resultara inolvidable. Algo dentro de mí me decía que la sensación era
recíproca. Hay miradas que no engañan.
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