PASAJES DE " LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO
JEREMÍAS" (37)
CAPÍTULO II
La bienvenida
Mi
padre, alargando la cabeza por la ventanilla, nos aseguró que el pueblo seguía
estando en su sitio. Haciendo de pregonero, leyó en voz alta el nombre del
municipio, que se encontraba escrito con letras mayúsculas, impresas en el
frontis lateral de la estación sobre auténtica cerámica talaverana, e
inmediatamente movilizó al personal. Con suficiente antelación, había dispuesto
las maletas, listas para la descarga, mientras nosotros, en fila, esperábamos
pacientemente el desembarco. La maniobra fue un éxito, porque cada uno actuó
según el plan previsto, entre otras cosas, porque el protocolo a seguir se
repetía en cada parada y las indicaciones paternas eran muy parecidas:
«Consuelo, Margarita, Lola: coged una maleta cada una sin haceros daño. Tinín:
baja el primero. Alvarito: asegúrate que no nos dejamos nada en el vagón. Yo
bajo con el niño, y cuando tome posición en el andén, me vais dando las
maletas. ¡Deprisita! ¡No os durmáis!, el tren no espera».
Con toda sinceridad he de decir que, aunque
nuestra llegada no fuera el acontecimiento social más esperado del verano, al
menos la estación no estaba desierta. Además del anciano señor Rogelio, al que
su nuera, la Edelina ,
tan pronto hubiera desayunado, sentaba todas las mañanas en un banco del andén
con el pretexto de «así, se distrae», nos esperaba la embajada enviada por el
abuelo. Delante del repetido edificio ferroviario, abierto a los cuatro
vientos, se encontraba, banderín rojo en ristre, el jefe de estación, señor
Facundo; un poco más atrás, los primos de mi padre, Lucía y Mariano, y donde el
escueto piso de cemento se continuaba con la tierra, el hijo de ambos,
Jeremías, que con su carta, constituía la promesa de un verano distraído e
inolvidable. Con él había jugado algunos días el pasado verano y aún así, me
costó trabajo reconocerle, tal era el estirón que había experimentado, y sobre
todo el cambio en sus facciones, ahora más angulosas y varoniles. «Parece un hombre
delgadito», pensé, mientras me aseguraba de que todo el equipaje se hubiera
descargado, en espera de los inevitables saludos, que no tardarían en
producirse.
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Una delicia leerte... un abrazo
ResponderEliminarMuchísimas gracias. Mª Ángeles. La verdadera delicia es mía, al saber que mis relatos agradan a una escritora de una talla tan grande como la tuya.
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