domingo, 11 de marzo de 2018


PASAJES DE " LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (44)
CAPÍTULO III
La casa del abuelo
...................................................
Aparentaba más edad que los sesenta años recién cumplidos el día de su onomástica, y eso que, del atuendo se desprendía que se había arreglado para la ocasión, porque tanto la saya como el pañuelo de cabeza, brillaban como el azabache, resaltando sobre el color parduzco de las medias.
 Nada más vernos, corrió a abrazar a mi padre, hablando con voz ronca, entre gemidos y sollozos, con una cantinela que parecía ensayada de antemano:
―¡Ay Señorito! ¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia!, se nos marchó la Macrina! ―repetía entrecortándose―. ¡No semos nada, nada, nada…!
Mi padre, en posición forzada, soportó por unos instantes el abrazo con cara de circunstancias, hasta que encontró el momento propicio para traspasar, como si fuera un fardo, el conjunto de huesos andante al regazo de mi madre, que con dulzura la acogió, emocionada, sin que consiguiera acallarla.
―¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia! Ya sólo quedemos yo y el abuelo.
Con tan triste recibimiento, no era de extrañar que Tata Lola, rompiera a llorar, más por efecto contagio que por un gesto de solidaridad con su compañera de profesión. Margarita, entre asustada y sobrecogida, no decía ni mu. Tinín, no se separaba de las faldas de mi madre. A mí se me humedecieron los ojos, pero no lo suficiente como para no darme cuenta de que Jeremías, firme y sereno, seguía el desarrollo de los acontecimientos con la tranquilidad del que asiste a una función ya vista de antemano.
Los lloriqueos se interrumpieron bruscamente cuando Petra, de repente, dando un respingo, se deshizo de los brazos de mi madre, sacó de la faltriquera un pañuelo arrebujado, se sonó a placer las narices con ruido trompetero, y lo pasó a continuación por los ojos, en un intento de secar las lágrimas.
―¿Y del abuelo, Señorito? ―continuó diciendo―. ¿Qué me dice del abuelo, que se pasa el día meando cuatro gotas a cada poco, como los perros? «Asín» comenzó Alejandro, el de la Bernarda, y a los dos meses ya estaba «pa» Pimpanilla.
―¿Dónde está Pimpanilla? ―preguntó Margarita, dirigiendo la pregunta a mi madre.
―Pimpanilla es el paraje donde se encuentra el cementerio ―le aclaró, mi madre a media voz.
Petra, volvió a la carga con sus lloros y lamentos, ahora abrazada a Lucía.
―¿Qué es la vida? ―se preguntó, tragándose los mocos. Y sin esperar respuesta, ella misma contestó―: Una porquería; sufrir para nacer, sufrir para morir y entre medias, una guerra y a pasar hambre todo el tiempo, salvo algunos buenos «cocidos» y dos bodas mal contadas.
―«Mecagüen»… tal; tiene razón la Petra ―corroboró Mariano.
―Tú cállate ―dijo Lucía―; ¡qué sabrás de sufrimientos! Si antes de padecer una enfermedad, ya procuras vacunarte con aguardiente en la cantina.
―Dejémonos de lloros ―terció mi padre― y ocupémonos de los vivos. ¿Se ha levantado el abuelo?
No sé ―dijo Petra―; el Señorito Tino ha pasado muy mala noche y a lo mejor «entavía» está en la cama.
                                                                                  ..............................................................
Fotografía del Parque del Cubo del Vino (Zamora)


No hay comentarios:

Publicar un comentario