SOBRESALTO
Tardó mucho tiempo en conciliar
el sueño. Fue al baño para intentar romper la dinámica del desvelo, pero
resultó inútil. Tras media hora de clavar la mirada en la luz que se colaba por
los resquicios de la persiana, volvió a levantarse y encendió la televisión. Comprobó
que la programación era aún más aburrida que en horas de amplia audiencia. Por
un momento, cerró los ojos y creyó llegado el momento del sueño. Al acostarse
la recibieron unas sábanas frías y un incipiente dolor de cabeza. Cambió de
postura unas cuantas veces más y repasó el último episodio vivido aquella misma
tarde con Josema.
Nunca debió de suceder una cosa
así. Quizás la intolerancia mutua abortó el diálogo de buena voluntad que pone
fin a todas las desavenencias, pero el hecho fue que seis meses de besos
encendidos y de futuras promesas de vida en común, se deshicieron en un
instante.
Todo empezó por una discusión
banal que fue adquiriendo dimensiones insospechadas a medida que el
enfrentamiento verbal continuaba. De un tema se pasaban a otro con una
celeridad sorprendente. De las cuotas del coche adquirido a medias al recuerdo
del nefasto fin de semana por culpa de una mala elección del restaurante; de la
familia del uno a las peculiaridades de la familia de su pareja; de la sentida
falta de cariño a los celos infundados…
Josema fue el primero en tomar
una determinación tajante: “¡No aguanto más. Mañana me voy a Madrid y acepto el
trabajo que me ofrecieron!”, “Cómo si quieres ir al fin del mundo—respondió
ella—, para mí ya no supones nada”.
Lourdes vio cómo la niebla de
diciembre engullía la espalda de Josema y llena de rabia esperó en la
marquesina del autobús, el vehículo que le acercaría a su casa.
Las seis de la mañana y salvo
pérdidas de conocimiento puntuales, Lourdes continuaba esperando la claridad de
la mañana. Encendió la radio y escuchó en media hora, no menos de tres veces
las consecuencias de unas elecciones y los destrozos parisinos de los “chalecos
amarillos”. Estos mantras tampoco tuvieron el efecto somnífero pretendido. De
repente, el locutor añadió una desgraciada noticia al “bucle” de las ya
emitidas: “Debido a la espesa niebla, un vehículo se ha salido de la vía en la
N-VI a la entrada de Madrid. Su único ocupante, un joven de veinticuatro años,
ha resultado muerto”.
Un grito desgarrador inundó todos
los espacios de la casa y, Lourdes se desplomó sollozando sobre la alfombra.
Cuando consiguió salir del shock, se apresuró a llamar a Josema. Los tonos de
llamada se sucedían y nadie contestaba. Volvió a intentarlo de nuevo y, cuando
estaba a punto de desmayarse, una voz somnolienta atendió su llamada.
“Son las siete de la mañana.
Qué haces llamándome a estas horas—contestó Josema.
“Perdóname. He tenido un
terrible presagio. Más tarde te lo explicaré todo. Te quiero”.
“Yo también a ti, cariño.
Mañana hablamos y hacemos planes. Ahora, duérmete”
El amor lo perdona todo...
ResponderEliminarY después de una discusión, lo mejor es la reconciliación...
Tiene usted mucha razón. Saber perdonar es una buena práctica y ejemplo para que también se nos perdonen a nosotros nuestros fallos. Y por supuesto, la reconciliación es maravillosa, aunque no deberíamos abusar de ella...Gracias por su comentario.
ResponderEliminarDesvelarse una mañana de domingo, recordar el colegio donde estudiaste y nagevar desde algun lugar del mundo... y descubrir que un antiguo profesor tuyo tenía un talento ignorado por sus alumnos. Gracias por éstas líneas.
ResponderEliminarDarse cuenta una mañana de sábado, que un anónimo alumno tuyo ha entrado en tu blog, te ha saludado y ha ponderado de manera tan exquisita tus publicaciones, hace que hoy, 22 de diciembre, pueda afirmar que me ha tocado la lotería. Abrazos para este gran amigo.
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