jueves, 27 de junio de 2019


VERANO


Zumban a un tiempo
abejas y avispas
en la copa de los árboles
blanquecinos de flores.
Pían a lo lejos dos gorriones,
resguardados en la sombra que da vida.
Hierve estremecido el asfalto
en el año en que no emigraron las cigüeñas.
Noto el ardor de la tierra reseca
y me apena contemplar la sed de los arbustos
y el agua avara de la acequia.
¿Qué tendrá el verano en la meseta?
Fiebre del trigo hecho y de centeno
que te encierra en la cárcel de tu casa,
hasta que cante el grillo
y se pueblen los cielos de luceros.

Entonces, creeré que gira el orbe
que ahora está parado con el sol en el cenit
y el espasmo en el cerebro, desolado
por no pensar más que en la frescura
del tiempo pasado, que ya no es nada.

¿Qué fue del verano en nuestras vidas?
Pasión encendida, abrasadora,
sofoco en las tardes de siesta,
deseo inacabado, siempre a la espera
del porvenir que nos daría más frutos,
después de habernos saciado
con los mil maduros dones
de cada huidiza primavera.

Y mientras pienso que todo pudo ser mejor,
la impertinente mosca me recuerda
que un día soñé con este calor,
cuando me perdí una tarde en el monte,
despistado por la niebla.

Fotografía de María Teresa Álvarez


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