VERANO
Zumban
a un tiempo
abejas
y avispas
en
la copa de los árboles
blanquecinos
de flores.
Pían
a lo lejos dos gorriones,
resguardados
en la sombra que da vida.
Hierve
estremecido el asfalto
en
el año en que no emigraron las cigüeñas.
Noto
el ardor de la tierra reseca
y
me apena contemplar la sed de los arbustos
y
el agua avara de la acequia.
¿Qué
tendrá el verano en la meseta?
Fiebre
del trigo hecho y de centeno
que
te encierra en la cárcel de tu casa,
hasta
que cante el grillo
y
se pueblen los cielos de luceros.
Entonces,
creeré que gira el orbe
que
ahora está parado con el sol en el cenit
y
el espasmo en el cerebro, desolado
por
no pensar más que en la frescura
del
tiempo pasado, que ya no es nada.
¿Qué
fue del verano en nuestras vidas?
Pasión
encendida, abrasadora,
sofoco
en las tardes de siesta,
deseo
inacabado, siempre a la espera
del
porvenir que nos daría más frutos,
después
de habernos saciado
con
los mil maduros dones
de
cada huidiza primavera.
Y
mientras pienso que todo pudo ser mejor,
la
impertinente mosca me recuerda
que
un día soñé con este calor,
cuando
me perdí una tarde en el monte,
despistado
por la niebla.
Fotografía de María Teresa Álvarez
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