jueves, 8 de agosto de 2019



PASAJES DE “CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA” (59)
                                                                               
              CAPÍTULO IX          
La Ruptura

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Al llegar a casa para rendir noticia del encargo, me encontré con un panorama que, a pesar de no ser estridente, no difería mucho del que había presenciado la noche anterior. Un silencio, interrumpido por el constante gemir de Margarita, lo envolvía todo. Tata Lola y Petra distribuían los desayunos, procurando con alguna frase suelta que Tinín no se percatara de la crudeza del drama. Mi madre parecía haber perdido el apetito, y sentada en una butaca, rezaba el rosario, intentando comprender por qué en aquella ocasión la voluntad de Dios Padre no coincidía con la suya. Mientras, mi padre remojaba uno tras otro los bizcochos en el café, mirando de tanto en tanto a Margarita, la cual no cesaba de sollozar. Por la determinación con la que daba cuenta de los bizcochos, podría asegurar que soportaba el dolor de su hija como un mal menor, convencido de que su decisión había sido oportuna, correcta y necesaria. Por si fuera poco, todavía incrementó el llanto de Margarita al pronunciar.
―¡De buena te has librado! ¿Sabes las consecuencias que te podría acarrear haberte casado con ese desgraciado? Eso suponiendo que su sangre no tuviera, como un gran porcentaje de los vascos, el rH negativo, y en vez de nietos tuviéramos abortos.
En este ambiente tan poco recomendable para poder expresar mi satisfacción interior, pensé de nuevo: “Cuando unos ríen, otros lloran”, y salí de casa dispuesto a ponerme a bien con Dios. Para ello nadie mejor que mi ocasional confidente: el dominico de San Pablo. Me costó trabajo que en el convento me dieran razón de él, en un día tan propicio a la meditación y al recogimiento, y cuando al fin me saludó en el recibidor, no pudo ocultar su sorpresa al verme:
―¡Álvaro! ¿Cómo por aquí? Hoy no recibimos visitas. La comunidad se encuentra en sus celdas en completa meditación. Recuerda que hoy es el día en que Nuestro Señor va a morir por todos nosotros.
―Lo sé, Padre ―respondí―. Perdone mi atrevimiento pero es que, en las últimas horas me ha ocurrido de todo, comenzando por haber sido infiel a Cécile, con el agravante de haberlo hecho contemplando mientras tanto las procesiones de Semana Santa.
Y sin detenerme a pensar el tiempo que mi confesión haría perder al predicador, le conté minuciosamente los hechos y las sensaciones experimentadas en los últimos días junto a Arancha. No supe el impacto que mis palabras le produjeron, pues permaneció todo el tiempo de escucha con la capucha de la esclavina recubriéndole la cabeza. Cuando hube concluido, aún tuve que esperar unos segundos antes de que, vuelto hacia mí, me reconviniera.
―Álvaro ―comenzó diciendo―. Esos episodios que me has relatado no prueban sino que el mal nos rodea y hemos de estar siempre atentos a combatirlo. Estas proposiciones deshonestas con frecuencia se disfrazan de apariencia amorosa para confundirnos, y a la postre, para que sucumbamos a sus halagos. Sé que tu amor por Cécile es puro y estos acontecimientos escabrosos pasarán al olvido de Dios en cuanto te dé la absolución. Procura mantenerte vigilante para que situaciones parecidas no vuelvan a repetirse.
 Me arrodillé y recibí la absolución.
―Reza tres Padrenuestros para agradecer la confianza que el Señor tiene puesta en ti y pide a Santo Domingo por todos los pecadores, sin excluir a los miembros de la Orden.
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Fotografía de Suzel Jardines Palacios



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