jueves, 15 de agosto de 2019


                                                    “VILLA ELISA”


Después de diez años de duro trabajo en Cuba, Enedina y Francisco consiguieron una posición acomodada. La fábrica de molturar caña de azúcar en donde empezaron trabajando como simple peones, era, por fin, de su propiedad y todos las amargas sensaciones, las jornadas de horas y horas de trabajo y las añoranzas de su querida Asturias, las dieron por bien empleadas. Rebautizaron el almacén y un escaso número de ruidosas máquinas trituradoras que lo amueblaban, con el nombre de “La Española” y se fotografiaron orgullosos y repeinados bajo el cartel anunciador, mirando a la máquina, abrazados y con su hija Elisa entre ambos.

Loa amores de Francisco y Enedina surgieron muy pronto, apenas salidos de la escuela de don Justo, un profesor honrado y altamente cualificado, que podía haber ejercido su profesión de enseñante en núcleos más poblados, pero que prefirió una pequeña aldea a orillas del río Eo, atraído por la belleza del paisaje que lo circundaba. En este idílico lugar, los jóvenes conocieron el amor y su halagador lenguaje e impulsados por el vigor de sus cuerpos, dieron rienda suelta a la pasión que les impulsaba a permanecer unidos. Fruto de esa relación, Enedina quedó embarazada y, cuando su estado resultó evidente, fue repudiada por familiares y amigos. En esta situación, los amantes convertidos en matrimonio con una bendición apresurada de don Martín, el párroco, decidieron embarcarse y tratar de conseguir en América la fortuna que su tierra les negaba. Por consejo de un tío de Francisco que no hacía mucho que había regresado de Cuba con el caudal suficiente para adquirir varios prados y una casa, escogieron esta isla del Caribe como destino para alimentar tres bocas, teniendo bien presente el consejo que, entre muchos, su tío les diera:”Si no vais dispuestos a trabajar a fondo, es mejor que os quedéis aquí. Los duros no caen del cielo. Deslomaros ahora que sois jóvenes y tendréis alguna posibilidad de regresar ricos. Los cementerios cubanos rebosan de emigrantes que no se esforzaron lo suficiente”.

Después de pagar el pasaje con dinero prestado, pisaron tierra con los bolsillos vacíos y la cabeza llena de ilusiones. Corría el año 1850 cuando Enedina y Francisco comenzaron ilusionados la nueva aventura. Cortando caña de azúcar bajo un sol sofocante en jornadas de doce horas, consiguieron adquirir una taína, vivienda con cierto parecido a las pallozas. Así, bajo un techo de barro y palma, el descanso era reparador y el matrimonio y su pequeña Elisa podían cobijarse de las inclemencias del tiempo.


Animados de un espíritu indomable y del deseo inquebrantable de que su hija tuviera el mejor de los futuros, ascendieron en la organización jerárquica de la empresa, siendo Francisco el encargado de que la maquinaría estuviera siempre en perfecto estado de mantenimiento y que las moledoras de caña trabajaran a pleno rendimiento. Cuando su jefe cumplió la suficiente edad como para retirarse, propuso al matrimonio la venta de la factoría, a la que estos accedieron encantados.

No resultó fácil obtener fondos con los que sustituir los viejos trapiches por otros nuevos que proporcionaran mayor producción y rendimiento, ni tampoco adquirir dos naves más para que la fábrica tuviera una producción que quintuplicara a la anterior. Con mucho esfuerzo y tesón, la pareja hizo que en pocos años, “La Española” fuera una de las más prestigiosas fábricas de molturación de caña del Caribe.

Cuando Elisa cumplió veinte años, creyeron oportuno el momento de regresar a Asturias y hacer realidad el sueño por el que habían dejado juventud y salud lejos de su patria y de su gente. No les resultó costoso vender tan próspero negocio y regresar a su tierra convertidos en ricos indianos que invirtieron en fincas y diversas propiedades,  buena parte de su considerable fortuna.

Entre los sueños que Enedina fue madurando en épocas de escasez, figuraba la construcción de una vivienda espectacular que regalaría a su hija como aval de presentación ante cualquiera de los jóvenes adinerados que pretendieran su mano. Y así lo hizo. Adquirió una finca en terreno circundante al río Eo; levantó en su centro una espectacular mansión de tres alturas y la rodeó de palmeras, castaños, abedules, fresnos y árboles de gran envergadura, en tanto que los parterres lucían en época de floración, los cálidos colores de hortensias, vincas y el azul intenso de los agapantos.

Este impresionante complejo conocido como “Villa Elisa” fue punto de encuentro de grandes celebraciones en donde se daban cita los personajes más influyentes de los Concejos cercanos. La belleza de Elisa y su hablar caribeño causaban sensación entre los jóvenes que tenían la fortuna de asistir a estos festejos. Entre ellos, Daniel fue el que cautivó a Elisa y con el que finalmente contrajo nupcias una mañana en el que el resplandor de condecoraciones y el vistoso colorido de vestidos y tocados de las damas, lucían deslumbrantes sobre el verde tapiz que rodeaba la mansión.

De aquellos tiempos felices, da fe la edificación que se mantiene en pie con el mismo esplendor de cincuenta años atrás.

Fotografías del autor.

                          

2 comentarios:

  1. A veces el viento cree que los sueños adormecen el miedo. Hermoso texto.

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  2. Entre bosques de castaños,abedules y eucaliptos, sentí el viento susurrándome tu nombre y no era un sueño.Besos que alejen el miedo.

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