“VILLA ELISA”
Después de diez años de duro trabajo
en Cuba, Enedina y Francisco consiguieron una posición acomodada. La fábrica de
molturar caña de azúcar en donde empezaron trabajando como simple peones, era,
por fin, de su propiedad y todos las amargas sensaciones, las jornadas de horas
y horas de trabajo y las añoranzas de su querida Asturias, las dieron por bien
empleadas. Rebautizaron el almacén y un escaso número de ruidosas máquinas
trituradoras que lo amueblaban, con el nombre de “La Española” y se
fotografiaron orgullosos y repeinados bajo el cartel anunciador, mirando a la
máquina, abrazados y con su hija Elisa entre ambos.
Loa amores de Francisco y
Enedina surgieron muy pronto, apenas salidos de la escuela de don Justo, un
profesor honrado y altamente cualificado, que podía haber ejercido su profesión
de enseñante en núcleos más poblados, pero que prefirió una pequeña aldea a
orillas del río Eo, atraído por la belleza del paisaje que lo circundaba. En
este idílico lugar, los jóvenes conocieron el amor y su halagador lenguaje e
impulsados por el vigor de sus cuerpos, dieron rienda suelta a la pasión que
les impulsaba a permanecer unidos. Fruto de esa relación, Enedina quedó
embarazada y, cuando su estado resultó evidente, fue repudiada por familiares y
amigos. En esta situación, los amantes convertidos en matrimonio con una
bendición apresurada de don Martín, el párroco, decidieron embarcarse y tratar
de conseguir en América la fortuna que su tierra les negaba. Por consejo de un
tío de Francisco que no hacía mucho que había regresado de Cuba con el caudal
suficiente para adquirir varios prados y una casa, escogieron esta isla del
Caribe como destino para alimentar tres bocas, teniendo bien presente el
consejo que, entre muchos, su tío les diera:”Si no vais dispuestos a trabajar a
fondo, es mejor que os quedéis aquí. Los duros no caen del cielo. Deslomaros
ahora que sois jóvenes y tendréis alguna posibilidad de regresar ricos. Los
cementerios cubanos rebosan de emigrantes que no se esforzaron lo suficiente”.
Después de pagar el pasaje con
dinero prestado, pisaron tierra con los bolsillos vacíos y la cabeza llena de
ilusiones. Corría el año 1850 cuando Enedina y Francisco comenzaron ilusionados
la nueva aventura. Cortando caña de azúcar bajo un sol sofocante en jornadas de
doce horas, consiguieron adquirir una taína, vivienda con cierto parecido a las
pallozas. Así, bajo un techo de barro y palma, el descanso era reparador y el
matrimonio y su pequeña Elisa podían cobijarse de las inclemencias del tiempo.
Animados de un espíritu
indomable y del deseo inquebrantable de que su hija tuviera el mejor de los futuros,
ascendieron en la organización jerárquica de la empresa, siendo Francisco el
encargado de que la maquinaría estuviera siempre en perfecto estado de
mantenimiento y que las moledoras de caña trabajaran a pleno rendimiento.
Cuando su jefe cumplió la suficiente edad como para retirarse, propuso al
matrimonio la venta de la factoría, a la que estos accedieron encantados.
No resultó fácil obtener fondos
con los que sustituir los viejos trapiches por otros nuevos que proporcionaran
mayor producción y rendimiento, ni tampoco adquirir dos naves más para que la
fábrica tuviera una producción que quintuplicara a la anterior. Con mucho
esfuerzo y tesón, la pareja hizo que en pocos años, “La Española” fuera una de
las más prestigiosas fábricas de molturación de caña del Caribe.
Cuando Elisa cumplió veinte
años, creyeron oportuno el momento de regresar a Asturias y hacer realidad el
sueño por el que habían dejado juventud y salud lejos de su patria y de su
gente. No les resultó costoso vender tan próspero negocio y regresar a su
tierra convertidos en ricos indianos que invirtieron en fincas y diversas
propiedades, buena parte de su
considerable fortuna.
De aquellos tiempos felices, da
fe la edificación que se mantiene en pie con el mismo esplendor de cincuenta
años atrás.
Fotografías del autor.
A veces el viento cree que los sueños adormecen el miedo. Hermoso texto.
ResponderEliminarEntre bosques de castaños,abedules y eucaliptos, sentí el viento susurrándome tu nombre y no era un sueño.Besos que alejen el miedo.
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