domingo, 9 de febrero de 2020



PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (65)
CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo

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A continuación, asiendo fuertemente la cuchara, con cuatro dedos curvados sobre el mango y el pulgar extendido, muy cerca de la concavidad, madre e hijo se abalanzaron sobre la olla. Comían con hambre fiera. Por instinto, soplaban débilmente el arroz, en un vano intento de enfriarlo y acto seguido lo engu­llían, sin afectarles la temperatura del alimento. Exhalando vapor, repetían la operación de abastecimiento una vez tras otra, apalancando con la cuchara para aprovechar el envite, sin concederse un respiro, como si ambos estuvieran haciendo acopio de energía para el resto de la semana. Transcurrieron unos minutos hasta que mi tía se dio cuenta de que yo todavía estaba con la primera cucharada.
―¿Qué te pasa? ¿Es que no te gusta?
―Sí, tía ―dije mintiendo―; es que está muy caliente. ―Y continué soplando.
 Cuando no me fue posible continuar con el embuste, cerré los ojos y abrí la boca. Los primeros granos de arroz atravesaron con dificultad mi garganta, totalmente paralizada como consecuencia de lo que había visto y olido, pero no llegaron al estómago, porque unas oportunas náuseas, me hicieron arrojar lo poquito que retenía en el esófago.
―¿Te has atragantado? ―preguntó mi primo.
―Bebe un poco de agua y espabílate si no quieres quedarte sin comer ―subrayó mi tía.
―Me parece que no voy a comer más. He debido coger mucho sol en la tapia del Manga Corta ―dije, mintiendo como un bellaco― y prefiero no forzar el estómago hasta que se me pase el sofoco.
―¡Lo que te estás perdiendo! ―farfulló Jeremías, lanzando una perdigonada de arroz al hablar.
Recostado en el banco, observé que lo que me había perdido se lo estaban comiendo las moscas, que prudentemente esperaban a que mis parientes sacaran la cuchara de la olla para penetrar ellas.
Un empujón en la puerta y unos pasos vacilantes anunciaron la llegada de mi tío, que fiel a su costumbre, saludó con la consabida introducción:
―¡Mecagüen… el Sol y sus planetas! ¡Qué chicharrera hace! A mí el calor me va a matar un día de estos.
―A ti lo que te mata es el calor que te da el vino o lo que hayas bebido ―contestó Lucía, sin parar de comer.
―¡Mecagüen… la revolución rusa! El día que no me afees haber bebido, o no estás en casa, o te has muerto, o mejor las dos cosas ―contestó mi tío, elevando la voz.
―¡Animal! ¡Más que animal! ¡Siempre faltando! No tendré en cuenta lo que me has dicho, porque según estás, no sabes lo que dices ―replicó mi tía, alterándose. Luego, retirándose de la mesa, le dijo―: Siéntate, coge mi cuchara y apáñate unos granos de arroz a ver si te van empapando el alcohol. Calamidad, que eres una calamidad.
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Fotograma de la película "Amanece que no es poco" Homenaje a José Luis Cuerda.


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