PARÍS. OH, LÀ LÀ! (2)
--------------------------
Del ensimismamiento me sacó la voz autoritaria de mi
padre que regresaba de la Notaría.
—¿Qué me cuenta mi laureado poeta?—Dijo
irónicamente.
—Nada de particular, papá—respondí.
—Dice tu madre que has tenido una gran éxito, pero
hasta la fecha, como padre y menos como notario, no puedo dar fe de lo que no
he visto todavía.
—El mundo literario es muy complejo. Hay veces en
que no conviene escriturar los éxitos para no despertar envidias.
—Aunque no escritures todo, algún premio nos podrías
haber comentado. Nuestras amistades no se creerán que seas tan modesto.
—Todo en su momento. No quiero cacarear como gallo
de corral.
—No sé, no sé. pero algo podías adelantarnos. No lo
digo únicamente por nuestras amistades del Círculo de Recreo. Date cuenta de
que nuestros futuros consuegros se sentirían muy orgullosos de conocer tu
trayectoria literaria. A ellos les agradaría que el hermano de su futura nuera
tuviera una fama que no desmereciera de la de su familia.
No quise continuar la conversación para no exacerbar
el ánimo de mi padre, proclive a calentarse con todo lo que se refiriera a mi
actividad poética. No obstante, prosiguió la conversación intentando sonsacarme
lo que ocultaba de mi aventura madrileña.
—¿No te han dado ningún trofeo? ¿No has guardado los
recortes de prensa?
—No me he presentado a ningún Concurso, por tanto no
he recogido ningún trofeo. En cuanto a la prensa, ya te he dicho que no quiero
alardear de mis éxitos.
—Respeto tu razonamiento pero no lo comparto. Y
dime, desde el punto de vista económico, ¿ las retribuciones de los periódicos
te han permitido hacerte con unos ahorrillos?
Por su forma de preguntar, deduje que mi padre no
estaba al tanto de los giros de recibí por vía materna, de manera que respondí
de forma que mi madre no saliera mal parada.
—He ganado lo justo para pagarme la pensión y
comprar algo de ropa. La poesía y los escritores, en general, no estamos lo
suficientemente reconocidos.
—Eso ya lo has escuchado de tu padre cientos de
veces. Ya cumpliste los veinticinco, edad más que apropiada para estar pensando
en encontrar novia y formar un hogar y todavía, no tienes un porvenir que te
avale, como no sea el honroso apellido que ostentas. Como sigas pensando en
llevar esta vida bohemia, no te va a quedar más remedio que pegar un braguetazo
si no quieres morirte de hambre.
Mi padre me dio la espalda, meneando la cabeza. Era
la forma usual con la que daba por concluidas sus conversaciones conmigo. Yo, a
sus ojos, era un fracaso como hijo y ya ni siquiera se molestaba en discutir
conmigo. Entre sus amistades, siempre ponderaba las dotes y la belleza de
Margarita y el intelecto de mi hermano Tino que preparaba concienzudamente las oposiciones a Notaria. Si en alguna
ocasión me mencionaba, solía decir de mí que tenía la cabeza a pájaros con una
mente inmadura que hacía de mí un ser tremendamente tozudo y soñador. En
definitiva, un hijo del que se sentía avergonzado.
Todo lo contrario ocurría con mi madre. Soportaba
con resignación mis excentricidades, estaba convencida de mi talento y
sufragaba los gastos que originaban mis sueños, la mayoría de las veces sin que
su marido se enterara.
Cuando aquella noche tomé posesión de mi remozado
dormitorio, me di cuenta de que, en
cierta manera, mi padre tenía su parte de razón. Muchos de mis compañeros de
Colegio hacía tiempo que estaban colocados como médicos, economistas o
profesores y eran capaces de ganarse la vida por su cuenta. Mientras tanto,
¿qué era yo? Un aspirante a poeta, soñador de Antologías que no se editaban y
de versos que no se publicaban. Un intelectual errante que vivía a costa de su
familia en una casa con unas comodidades que jamás me podría sufragar si no
daba otra orientación a su vida. Luego miré cómo lucía la librería y mi
escritorio gracias la espléndida lámpara. Me acordé de la cena que había
recibido gratis y sentí ese profundo vacío que me invadía cuando me sentía
cercado por la angustia. A duras penas conseguí dormirme, no sin antes repasar
mentalmente los encantos de Gabriela.
……………………………………….
Hola, Carlos. La literatura no está reñida con el trabajo. A veces cuesta saber qué destino elegir. Feliz verano. Un abrazo.
ResponderEliminarBuenas tardes, María José. Salvo casos especiales,la literatura no es un medio de vida, por eso, y siempre que sea posible, lo ideal es compaginar literatura y trabajo- Muchas gracias por tu comentario. Abrazos.
ResponderEliminar